Animales de fábula

Ovejas

En un libro que leí hace unos meses la autora decía que de pequeña, cuando le preguntaban qué animal le gustaría ser, siempre contestaba tortuga. Se pregunta a ella misma si es porque tal vez la tortuga siempre está en casa. Porque inclusive entonces, ella prefería estar en casa todo el tiempo. Tal vez lo decía con la esperanza de cargar con su casa en la espalda, si se piensa en casa como un capullo donde escribir y estar bien.

Me identifico con la autora porque yo también fui una niña casera. Sin embargo, nunca llegué a tener la lucidez de identificarme con un animal tan acertado. Hace casi 8 años, cuando me entrevistaron para este trabajo, me dieron veinte minutos para crear una presentación y responder en esta, 10 preguntas sobre mí. Una de las preguntas, por supuesto, era la del animal.

Solo podía pensar en los animales vetados; como por ejemplo, el tiburón por agresivo, el delfín por cliché, el gato por su mala fama, así que terminé diciendo perro por lo mencionado anteriormente, su domesticidad. Ignoro hasta la fecha si mi respuesta fue correcta y creo que si hubiese dicho tortuga hubiese sido mucho más cercano a la verdad, pero no se me ocurrió. 

Pensándolo en perspectiva, no sé cuánta importancia tendría la pregunta del animal en relación a las otras nueve preguntas, pero es evidente que me hubiese restado puntos haber sido honesta. Sea cual fuere la razón de ser de la empresa, nadie quiere al animal que llega de último a los objetivos de venta, los plazos, los milestones, las deadlines, que por algo tienen la palabra muerte incluida. Nadie quiere al animal que llega más lento por muy a gustito que esté en su caparazón.

Pero se me da bastante bien intuir lo que es prudente o no decir; lo prudente siempre prevalece a lo contraproducente, sobre todo si lo último solo me impacta a mí. Es como un piedra, papel o tijera mal jugado; como conocer la elección de tu oponente cada vez y elegir la que te hace perder.

Llegados a este punto, cualquiera podría intervenir y decir que exagero cuando hablo de perder y al mismo tiempo ser elegida para el puesto. Pero todos en esta fábula llevamos trajes de zorro y corbata, ante todo hay que agradecer que se nos brinde un asiento en esta sala de gente astuta. La gente astuta, los zorros, tienen planes de carrera porque aquí todo va de correr, también de subir escaleras. Va de decir que no eres tortuga, ni tiburón, ni delfín y disfrazarte todos los días.

Prosa Ojerosa

La inocuidad de ser visible

Sombra extendida por el sol

“Todxs piensan que pueden ser mejor Kardashian que las propias Kardashians. Ahora lo ves, con estas apps, a todxs les encanta tener una audiencia. Todxs piensan que merecen una.” 

~Jia Tolentino, Falso espejo 

 

Cada persona allí fuera, tiene probablemente una idea diferente acerca del consumo de historias en Instagram; por ejemplo, habrá quien considera el círculo morado algo de consulta obligatoria, similar a las notificaciones del correo en números rojos, algo que debe ser “limpiado” al final del día. Habrá quien pase las historias despiadadamente con movimiento ágil del dedo pulgar y quien, por el contrario, sea capaz hasta de sacar del fondo del bolso los audífonos enredados para escuchar esto.

 

Lo anterior, como consumidorxs de historias, ahora, como generadorxs, lo que sí puedo afirmar con certeza, es que a toda persona que se pase por aquí para tener una “presencia online”, se le aconseja mostrar su cara. Y eso también suscita en emisorxs y receptorxs del mensaje variadas opiniones y reacciones. 

 

He hablado con algunas emprendedoras digitales que lo tienen claro, es un no rotundo. Consideran que el mundo les hace una solicitud en extremo exigente y mezquina: la renuncia a su introversión a cambio de visibilidad y una posible monetización, que no sabremos nunca si realmente compensa.

 

¿Hasta qué punto renunciar a un rasgo de la personalidad es inofensivo? ¿Dónde está la frontera que una vez atravesada termina por desdibujarnos? Eso es la introversión, un rasgo de la personalidad, uno que nadie celebra.

De eso hablé más aquí.

 

En mi caso particular, el dilema de grabar videos en internet (sean efímeros o no) choca con algunos aspectos que van más allá del espectro de mi gusto personal. Estos aspectos no son pocos ni son fáciles de sortear, algunos que se me vienen a la mente ahora son:

 

1) Hablar lento se convierte en un problema. Y puede que este problema sea uno antiguo para ti, con el que has convivido desde que eras pequeñx y tenías que intervenir en clase, puede que, siempre te haya costado saber cuándo es el momento para interrumpir la verborrea de un interlocutor extenuante. Entonces, hablar en intervalos de quince segundos nos pone ante la necesidad de elaborar un mensaje eficiente. Lo que perdemos son los matices de una conversación, porque no estamos aspirando a conversar, estamos aspirando a ser escuchadxs ¿cierto?

 

2) Nos expone a nuestro reflejo adulterable, revisable, juzgable: ¿qué sabemos sobre conocer nuestro rostro a través de la cámara delantera de un teléfono y acostumbrarnos a que esa es nuestra apariencia?

 

3) Significa creernos a cada momento dignxs de abarcar ese espacio en el tiempo ajeno, reclamarlo, en el caso de las historias, frecuentemente. Y es con este último punto, con el cual tengo más conflicto, porque no puedo matizar como lo he hecho durante todo este texto, porque a pesar de todas las invasiones de Bezos y Zuckerberg sigo encontrando maneras, con mucho esfuerzo, de proteger mi tiempo y ¿no es injusto seguir pidiendo más del tuyo?

 

4) Implica tomarnos mucho más en serio de lo que a veces me gustaría; nuestro estilo de vida, “nuestra estética”, nuestro consumo:

 

“Incluso hoy, cuarenta años después, aquello le recordó a Belcebú, el primer coche de Marjorie, que compró por veinticinco libras en los años treinta. «¿Seguirían los jóvenes poniéndoles nombres graciosos a sus viejos vehículos?» se preguntó Letty. El sector del automóvil se había convertido en un asunto mucho más serio, poco tenía de divertido, ahora que el coche era un importante símbolo de estatus y podían pagarse grandes sumas de dinero por números de matrícula especialmente codiciados.” 

~Barbara Pym, Cuarteto de otoño

 

Pienso que este es un buen momento para interrumpir mi monólogo, uno mejor para agradecerte haber gastado unos minutos recorriendo estos párrafos con los ojos, y todavía óptimo para preguntarte ¿qué otras sutilezas vas echando de menos? ¿Sigues poniéndole nombres a tus objetos?

 

Prosa Ojerosa

 

 


 

 

 

 

Elisa y la frivolidad

Fachada de casa

Si esta no es la primera vez que estás aquí, sabes que con frecuencia peco de nostalgia y de idealizar el pasado. Hoy 12 de octubre, el día que me estoy sentando a escribir estas líneas, sin duda no constituye el mejor día para hacer eso.

Nada que celebrar. Mucho que leer. Dos frases en forma de hashtags que leí esta mañana en la publicación de una librería que mostraba la pared llena de autoras latinoamericanas para ejercer la última. Si es que es verdad que se han puesto de moda mis coterráneas, enhorabuena por una moda que no incomoda.

¿Cuál ha sido la última autora latinoamericana que has leído? O, ¿aquella que siempre recomiendas? Creo que es importante pararnos a pensar en estos asuntos. Pararnos. Pensar. Vaya… ¿quién tuviera el lujo de juntar los dos verbos en la misma frase?

Asuntos como a quién leemos y a quién apoyamos con nuestro dinero, quién nos influencia y sí, tratar de equilibrar esa influencia. En el caso de que equilibrar sea una palabra muy fuerte, como si resultara en demasiado esfuerzo, quizás tengas razón, opto por quedarme en la premisa anterior; al menos “pensar” en ello.

A mí, como venezolana, me gustaría que el equipaje literario de la región, ese con el que viajo en la vida, fuera mucho más cuantioso de lo que en realidad es. Me atrevería a afirmar que muchxs latinoamericanxs, sienten lo mismo, en la ya tan nombrada admiración de lo europeo y lo estadounidense. Por eso es que me causa alegría no solo leer algunos de sus libros, no solo cuando una editorial rescata del olvido otra obra más, sino leer partes de sus biografías narradas por ellas mismas. Por ejemplo, si a Elisa Lerner le preguntan cuándo empezó a escribir:

“A los once años. A esa edad mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquellos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una». Y a él le pareció muy bien. Poco después me compraron papel, muchas plumas y una máquina de escribir.”

Va a ser que tiene razón Camila Sosa Villada cuando dice:

“Alguien tiene fe en una, finalmente, y una escribe.”

Pero volviendo a Lerner me encuentro con una teoría que, de forma extrema, explicaría todo:

“«Es una escritora», dicen en las reuniones, «qué bien». Pero jamás llegan a los libros de la escritora. Para la sociedad venezolana el libro no existe, es como una piedrita perdida en el camino y no hay forma de que llame la atención de alguien. Los escritores somos los fantasmas de la casa venezolana; nuestras cadenas chirrían un poco cuando hay un premio y luego, de vuelta al silencio. Pero en realidad no existimos. En Venezuela sólo cuentan los libros de cocina y esa cierta frivolidad que consideran muy elegante los ricos recientes.”

¿No somos todxs incurrentes en la frivolidad? Si me permites que lo diga, y si me aferro a la acepción más general: frívolo(a) [persona] Que no concede a las cosas la importancia que merecen, no las hace con la seriedad, el sentimiento o el interés requeridos y solo piensa en el aspecto divertido o lúdico de la vida.

Diría que manejar la cantidad de noticias e información a la que tenemos acceso todos los días solo logra dejarnos frívolxs ante la vida. El lado lúdico vendría a ser representado por tiktoks de algún hombre con una camiseta en la cabeza y una canción que repite “oh no”. También, en mi caso, memes de perros y gatos.

Probablemente es la única manera o la más adyacente; la frivolidad es superficial y en la superficie evitamos ahogarnos aunque casi todo esté dado para que nadar sea difícil.

Pero creo que he encontrado en un ensayo de Cynthia Ozick que se llama “el ruido en la cabeza”, parte de la respuesta:

“el ruido en nuestras cabezas, ese incansable rumor interno de fragilidad, de esperanza, de trascendencia y de miedo, ¿dónde podemos encontrarlo en una época de máquinas que se dirigen a las multitudes y de multitudes que enloquecen por las máquinas? En el arte de la novela, en el aleteo del empapelado imaginario. Y en ninguna otra parte. (…) Alguien que pertenece a la generación literaria más joven, la más asediada por el periodismo del Ahora, esto debería maravillarnos: semejante decisión de dominar, con lo exacto y lo sublime, la desapasionada trivialidad de nuestra época.“

Esto lo escribió en 1993. Ojalá llegue a tiempo hasta ti.

En 1993 no existían siquiera como tal los “reality”, ni las redes sociales, y el periodismo del Ahora al que hace referencia Ozick no podía ser más “Ahora” que un tweet. Por lo que, el mensaje me sigue pareciendo relevante y mi planteamiento final, supongo que sería algo así:  leamos a nuestrxs fantasmas antes de que las cadenas suenen, seamos frívolxs para salvarnos de una sobrecarga pero nunca para anestesiarnos del todo u olvidar nuestro rico y ancestral imaginario colectivo.

Prosa Ojerosa

¿Por qué da miedo escribir?

Silla metálica y mesa con mantel artesanal en una cocina

Escribir da miedo porque desenreda los nudos de la cabeza, los espaguetis que con elegancia llamamos sesos, se vuelven menos enrevesados y entretejidos, y se despejan caminos que luego hay que transitar, porque como sucede con todo lo visto, nunca se puede «desver».

Da miedo también porque hacerlo es enfrentarse a un deseo que se alcanza de a poco, como recoger setas cuando apenas ha llovido, y que inclusive tras haber acumulado lo que pareciese un buen abasto de palabras, en un momento dado, puede sentirse similar al aire que atajas cuando intentas pillar una imagen 3D con las gafas puestas. Es un acto de fe que requiere mucha de esta última, y que te enfrenta todo el tiempo a la pregunta para qué.

Para qué estoy haciendo esto, quién necesita más opiniones en el mundo, por qué creo que mi voz es importante. Es como dice Kathy, el personaje de la novela “Crudo” de Olivia Laing (el último libro que abandoné):

“Todo era siempre lo mismo, era el mundo hablando. No tenía sentido odiarlo, o sí, lo odiabas, pero hacerlo era más de lo mismo, sumar otra vocecilla petulante a un coro indecentemente multiplicado.”

La verdad es que sí abandono libros, a veces con la convicción de que volveré a ellos o como en este caso, con la certeza de que volveré a la autora. Pero eso no es importante en este momento.


Cuando nos preguntamos, o en este caso, cuando me pregunto para qué escribir, se me parece demasiado a otras preguntas que quizá parezcan igual de absurdas: para qué ver una película, para qué ir a un concierto, para qué tener esta conversación. Y si me instas a responder: para experimentar el proceso.


Para, como dice Patti Smith, rescatar un pensamiento fugaz del peine del viento.
O más mundanamente, para apuntarlo antes de que se vaya. Antes de que se diluya en el tamiz más rápido del mundo. Poseer esto o aquello. Aunque esto o aquello sea “solo” una idea, y ni siquiera termine por ser tuya en realidad.

Por la satisfacción de la purga verborreica. El proceso de observar, hacer de cualquiera un personaje.

Para admirar una cosa, o un par, o un millón.
.
“Porque el mundo parece tan feo y entonces, hay belleza. ¿No es eso de lo que siempre escribo? De la belleza en la fealdad” ~Gayle Forman

La verdad es que como abandono libros a la mitad, a veces me abandono un poco a mí misma y dejo de escribir porque no hay un objetivo claro de márketing detrás, una acción de venta, vaya, ni siquiera una de intención de tráfico o visibilidad. La verdad es que…

“Todo es muy simple mucho 

más simple y sin embargo

aún así hay momentos

en que es demasiado para mí

en que no entiendo

y no sé si reírme a carcajadas

o si llorar de miedo

o estarme aquí sin llanto

sin risas

en silencio

asumiendo mi vida

mi tránsito

mi tiempo”

Idea Vilariño

La verdad es que sí da miedo, cuando te leen y cuando no te lee nadie.

¿Estás ahí?

¡Buh!

Prosa Ojerosa


Una ruptura y tres antónimos

Cielo de atardecer
Mi abuela materna era una mujer pequeña y cándida. Cuando el presentador del noticiero decía “Buenas noches”, ella lo saludaba con un “Buenas noches, hijo”

Leila Guerriero, «Teoría de la gravedad»

 

Entrañable. Como mínimo enternecedora, esa frase. Y me ha hecho pensar en la relevancia de parecernos a una mujer como ella, no tanto por su candidez sino por su implicación.

En un año en el que hemos tenido “el lujo” de ser hiperconscientes de su longitud y otras muchas veces, nos hemos sentido obnubiladxs por esta misma duración, me parece oler en el aire un aroma inesperada, una que, por definición de todas las aromas, nunca ves venir. Me refiero al aroma de la apatía.

Dime por favor si en algún momento de este trimestre, has sentido que te invadía o si son imaginaciones mías y que en consecuencia solo estoy, como hace cualquier ciudadana de a pie, extrapolando mis propias emociones. Tal parece que mientras más acontecimientos ocurrían, por un momento o por varios, nos sentimos, (me sentí pues) entumecida e insensible e incapaz de hacer algo más que responder autómata a las responsabilidades, a la programación habitual por la que me pagan.

Entonces, recurriendo a las palabras me di cuenta de algo atroz. Sin precedentes. La lengua nos falla para combatir este mal de mundo. Solo hay tres antónimos, obsérvalo tú mismx:

Quiere decir que ante tal desprotección y en una batalla donde los sinónimos nos ganan en número, espero logres sentirte aunque sea la mitad de días, como parte del bando ganador solo por seguir de pie.

Sin querer queriendo, me pasó algo que no planifiqué. Probar algo nuevo. Que es algo que nadie te advierte y que tendrás que buscar hacer por tu propia cuenta una vez creces; lo nuevo se vuelve escaso, escurridizo y a ratos atemorizante, por mucho que cueste admitirlo.

Esto nuevo que he probado quizá sea una opinión poco popular, pero es una que estoy dispuesta a sostener, aquí va: a pesar de que por años y años he sido usuaria premium de Spotify, siento que nunca llegó a conocerme lo suficiente y si necesitamos que algo funcione en esta vida es el algoritmo de nuestros proveedores de música, amén.

Hemos roto.

Así que probé Deezer, que es una app o ‘apepé’, como dirían algunxs contemporánexs

…para escuchar música.

Resumiendo, Deezer ha sabido quién soy con muchos menos me gustas y listas de mi autoría, con mi indiferencia y escepticismo, sin mi dinero periódico, me recomendó canciones que le hablaron a mi yo más estresado, impasible y desalentado. Esta fue una de ellas. No hace falta saber portugués para entender cuando algo se siente bien. Mi parte favorita es cuando dice:

Quem canta seus males espanta
Lá em cima do morro ou sambando no asfalto
Eu canto o samba-enredo
Um sambinha lento e um partido alto

Así es como muy poco a poco, tirando de los libros antes de dormir, de playlists ensambladas por extrañxs y recomendadas por los infames algoritmos, así como del poco placer que pude recabar cuando no podía recordar más definiciones que me ampararan, fui recobrando el ánimo, que inestable y en un hilo, te presento aquí.

¿Cómo te ha ido a ti?

Prosa Ojerosa

 

PD: En el mismo día que yo preparaba esta entrada, una escritora estadounidense que se llama Haley Nahman, escribía esto:

 

Es casi como … ¿Sabes cuando estás sentada en silencio en tu casa y tu refrigerador, sin tocarlo, de repente zumba, y en ese momento te das cuenta de su presencia? ¿No de manera disruptiva o imponente, solo en el sentido de que está ahí, vivo y haciendo lo que fue creado para hacer? Así es como me siento cuando escribo. Como una pequeña nevera de confianza, no diferente fundamentalmente de cuando estaba en silencio, pero de alguna manera más allí. Me gusta ser el frigorífico, normalmente. Solo desearía dejar que todo se derrita de vez en cuando. Quizás para eso está el verano.

Lo anterior me pareció extremadamente bonito y sentí la imperante necesidad de decirte que así estés en la etapa de ser la nevera o dejar todo derretir, estás bien, porque ser nevera justo ahora no quiere decir que no derretirás en algún momento y estar derritiendo en este momento, no es señal de que no congelarás de nuevo. Lo afirmo como si supiera y por mi misma necesidad de escucharlo.

(Puedes compartir esta entrada usando alguno de los botones que tienes aquí):

María Luisa y el «blue monday»

Es enero, hace frío y acabo de prender una vela con la esperanza de que me ayude a inspirarme y así poder escribir esta entrada de blog para la que cual tengo, a primeras, las ideas contadas.

Al traste ya. Dicen las reglas de SEO que la introducción, es decir, las primeras dos o tres líneas de una entrada, deben contener las palabras claves que la persona en cuestión buscará en Google para encontrarme. Está claro que no sé exactamente quién me busca, y eso, aquí y ahora, en nuestros tiempos, es delito. Dímelo tú, por favor, si es que lo sabes ¿para qué me buscarías?

Tampoco tendría que haber hecho referencia a ninguna época del año en aras de que el contenido se mantenga evergreen, siempre verde, pero estando tan cerca del Blue Monday, me voy a saltar esa recomendación también.

Este último término, según dicen, fue mencionado por primera vez y por tanto, se le adjudica a una empresa de viajes a inicios de los años 2000, que lo sustentaba en una tristeza implícita en el hecho de no poder viajar. Lo que desde 2020 conocemos como cada Monday.

Y para hacer la historia corta, pensando en la posibilidad de que 2021 fuera al menos durante sus primeros meses, un compendio de déjà vus, me he apertrechado (¿quién se atreve a conjugarlo rápido sin mirar?) contra la rutina para recordar que aunque los días se me parezcan entre sí, continúo respirando dentro de ellos.

Tal vez si nos atrevemos a mirar la monotonía a los ojos, esta no nos tiña más de sepia la existencia.

 

¿que cómo me apertreché, dices?

  • Desde que empezó el año, busco ratitos (y rayitos) de sol como el de arriba y cuando los hay, me obligo a salir de casa para sentirlos más directamente.
  • Todos los días antes de dormir, escribo unas líneas sobre ese día en particular y lo que más me gustó de él. Si no encuentro nada, pienso más fuerte.
  • Me obligo a terminar de trabajar a una hora decente, excepto hoy, para que supieras todo esto.
  • Volví a hacer algunas fotos, porque en el verbo ‘volver’ me reconozco, y si me parezco a mí, es más difícil sentirme extraña.

Pero no fue hasta que leí:

Luego comemos una lata de sardinas, naranjas con grandes sorbos de retsina, pan. Todos los días lo mismo y cada día una necesidad fresca de los mismos sabores.»

María Luisa Puga, «Inmóvil sol secreto»

…que me percaté de la pequeña posibilidad de amar lo esperable de cada día y de aliviar, si es posible, la sensación de estar haciendo marcas en la pared en dirección a un evento singular en el trimestre como quien cumple una condena el resto de los días; impostores, de poca monta.

 

Ella sigue:

Sé que uno se puede habituar a todo, de pronto creo que la repetición inyecta vida, lentamente, nada explosivo, a lo mejor podemos ser felices.»

A María Luisa Puga la acabo de descubrir, y según Erna Pfeiffer, ella le ponía especial ahínco a la descripción de los mínusculos, sutilísimos e imperceptibles cambios como un síntoma de vida, un indicio de que esta seguía, continuamente en movimiento.

Supongo que tiene razón María Luisa, y sobre todo estoy segura de que sabe de lo que habla, ahora no me viene la palabra, lo contrario a farsante, como yo a veces me siento, sino que predicaba con ejemplo: resulta que escribió su vida en 327 cuadernos, de 1972 a 2004, así que mucho llegó a saber de los beneficios de un ritual.

el cuaderno 183, foto tomada del archivo Nettie Lee Benson

Estos cuadernos fueron recuperados por su amiga la escritora Elena Poniatowska, quien escribió:

«María Luisa era alta, ponía su brazo sobre mis hombros y caminábamos juntas. Era mi pararrayos, mi paraguas, mi papá. Decíamos que cuando fuéramos viejitas pondríamos una mercería y que ella se sentaría en la caja (de esas de campanita, antiguas) y yo abriría los cajones con los botones y entregaría las agujetas, las presiones y los ganchos, el paspartú, el estrafor. (¡Qué chistosa palabra estrafor!) Cerraríamos la cortina a las siete y atravesaríamos la calle del brazo, con mucho cuidado y juntas nos daríamos el quién vive, juntas descubriríamos de qué tamaño son nuestras posibilidades de odio. Ahora, desde el 25 de diciembre de 2004, hace casi 11 años, lloro porque el mundo sin ella jamás volvió a ser igual y porque me encamino hacia mi propia muerte, ella no va a estar y todavía queda mucho por hacer y no sé si tendré la fuerza de hacerlo sin ella. Sin ella.»

Algunas sueñan con rutinas y otras tenemos rutinas para soñar.

Prosa Ojerosa

 

PD: Cabe la posibilidad de que, como yo, hayas quedado necesitadx de más María Luisa Puga, en ese caso, encuentra aquí su correspondencia con Isaac Levín, de regalo.

Las malas mañas

Mala maña #1

¿Sabes qué es raro? Que un libro muy lento me guste mucho. Porque cuando hablo de ‘muy lento’, en este caso, me refiero a un caracol atravesando una cancha olímpica techada de extremo a extremo, o bordar a mano un vestido de cuerpo entero con lentejuelas intercalando una negra y una azul.

Pero todavía más raro es que un libro en el que no subrayé nada, me gustase mucho. Porque generalmente, según me lo indica el hemisferio izquierdo de mi cerebro —¿ese es el de la lógica? — debo quedarme con evidencias físicas que sustenten que ha valido la pena pasar mi tiempo en esa historia. Madness.

Lo de subrayar es un decir porque un 80% de los libros que leo son de la biblioteca, con lo cual, me siento una verdadera capitalista cuando estoy subrayando a gusto un libro de mi propiedad privada. Es una broma, por favor, no quiero herir sensibilidades.

Afinco el bolígrafo, que mejor sea de un color vibrante y no me conformo con hacer una línea al costado del párrafo —no, no— paso por cada palabra, cada línea, hasta llegar al punto. Pero eso es en caso de… en el caso que nos atañe hoy, no tengo citas para demostrar que lo que he leído me ha gustado tanto como digo que me ha gustado. Y el objeto de mi confusión se titula “Milkman”.

Mala maña #2

Decía que “Milkman” es una novela en toda regla que, quizá ya has leído porque fue publicada en 2018 y ganó un par de premios importantes cuyos nombres se me parecen mucho entre sí. Anna Burns escribe sobre una ciudad anónima en medio de lo que se va intuyendo que es “the Troubles” de los años 70, de lo cual yo solo conocía el nombre y si no es por mis búsquedas obsesivas en Google al terminar la novela, no sabría mucho más.

Buscar obsesivamente en Google tras terminar lo que sea, es un nuevo lenguaje de amor, por si no lo sabías.

Mala maña #3

Lo que más me sorprendió de esta novela es que, para empezar, leí la sinopsis completa, cosa que nunca hago o, mejor dicho, “leo en diagonal” y aunque esta vez no fue así, no me reveló lo suficiente, que es ya un puntazo. Entonces, al adentrarme en ella, descubrí que la protagonista es “hermana mediana”, así, sin nombre, y los personajes secundarios son “el medio novio”, “el tercer cuñado”, etc. Tú entiendes la idea, no se nombra a nadie en 350 páginas y, aun así, terminas con Irlandadelnorteconflictos en la punta de los de los dedos a la una de la mañana de un martes, bien cansada.

Es absolutamente genial cómo la autora juega con el no nombrar para ambientar el misterio propio de un tiempo de represión donde ninguna persona puede darse el lujo de confiar en nadie y cualquier paso en falso, puede costarle la vida, sin que esta última sea una frase dramática o en un sentido figurado.

Mala maña #4

Me castigo mentalmente cuando un libro me está pareciendo lento y lo estoy disfrutando, pero me está pareciendo lento y no lo estoy disfrutando por lento.

esta niña ya es mínimo universitaria

Lo hago, me castigo, porque sé que es la maquinaria del más, más, más lo que está detrás.

¿Cuántas veces queremos terminar de leer un libro para que cuente en nuestro listado de leídos del año y cuántas queremos leerlo para disfrutar de leerlo?

Leerlo…

lo…

lo…

Mala maña #5

Relacionada con la anterior, no suelo escribir reseñas porque alimentarían la maquinaria del más, más, más y sus habitantes, pequeños duendes mandones con voces que solo oigo yo. A estos últimos los conozco bien, pretenden sitiarme y que haga lo que me ordenan.

Intentaré explicarme mejor; mientras queramos seguir leyendo más y sobre todo a mayor velocidad, para poder publicar sobre ello en redes sociales, el enfoque sigue siendo el mismo: los demás y no nuestro disfrute del verbo leer.

Como en 2018, cuando se publicó este libro, Prosa Ojerosa no existía y yo no seguía tantas cuentas sobre libros en Instagram, desconozco si en su momento hubo o no hubo hype. Tiene su encanto vivir la emoción de algo a destiempo y sin saber si otrxs lo consideraron digno de dicha excitación.

Mala maña #6

Mi propio hype es suficiente hype.

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Para finalizar esto que sigue sin ser una reseña, decirte que me vuelven loca, en el mejor de los sentidos, los conflictos históricos, sobre todo bélicos, narrados desde la perspectiva de las mujeres y más, si como el de Burns se trata de una mujer de 18 años hablando en círculos, representando su normalidad de manera tan cruda, porque son pequeñas joyas no tan fáciles de encontrar. Y es una de las razones por las que empecé esta suscripción.

“No era evidente que estuviera infringiendo nada, así que tal vez yo hubiera vuelto a equivocarme y él no infringiese nada. Sin embargo, mientras me hablaba, a pesar de mi confusión, supe que jamás debía subirme a uno de sus coches y que esa era una conclusión crucial (…) Mientras tanto, seguía ahí plantada, en el territorio de las cosas fingidas y las cosas sin enunciar de forma clara, y en esa zona por donde las personas no solo debían apresurarse, sino que deberían plantearse no pisar jamás. No obstante, allí estaba yo, en esa zona. Y él también estaba allí, y para entonces estaba tan nerviosa que había alcanzado ese estado de agitación emocional que casi podía causar fracturas psíquicas y en el que de pronto yo podía soltar un <<¡No!>> o <<¡Vete a tomar por el culo!>> o echarme a gritar o vete a saber qué. Pero lo que sucedió fue que aparecieron más hombres.”

Anna Burns

¿Tu también tienes “malas mañas”de leer?  y por último, ¿de verdad te pensabas que no iba a darte ninguna cita?

Prosa Ojerosa

Cuando todo ya está dicho y hecho

No crecí físicamente cerca de mi familia materna. Mi abuela por parte de madre, vivía en la capital y nosotros íbamos una o dos veces al año.

Esos viajes a Caracas a lo largo del tiempo, ya fueran en diciembre, vacaciones o Semana Santa, están todos mezclados entre sí en mi memoria, con muchas escenas en común; el móvil colgante de la entrada hecho de palitos de colores, que se movía impulsado por la puerta que la abuela abría con una sonrisa en la cara. La sonrisa era casi risa como si viniera de un sitio donde le acabaran de contar un chiste muy bueno y los palitos, los palitos chocaban haciendo sonidos agudos parecidos a la flauta, mientras el viento, afanado, traía de la cocina los olores de todo lo que ella había venido preparando.

El muñeco de madera —¿un pastor?— con el que mantenía conversaciones solo porque era de mi tamaño, era el mismo que, cada vez que regresaba, había dejado un poquito más atrás en estatura hasta que dejó de interesarme del todo y de notar su presencia. La figura del santo José Gregorio Hernández en la ducha del baño que no utilizaba, la cocina de azulejo amarillo —qué contradicción— y el suelo de granito gris, casi negro, que se sentía tan frío al tacto.

Pero sin duda, de las escenas que se repiten, hay una que destaca. Es mi tía Myrzan, una de las tías menores y mi única madrina, que casi desde que aprendí a hablar con algún sentido, se dio a la tarea de abrir una conversación conmigo de la siguiente manera: “Adriana, ¿y que te casas?, me dijeron que te casas” para grabar en cassette mis respuestas, o escribirlas en un cuaderno.

Aquí lo dejo para lxs que tengan sobrinxs, nietxs o hijxs con quienes puedan aplicarlo. 

No tengo conmigo este material tan valioso, que ahora moriría por leer/escuchar, pero según me cuenta ella, en alguna ocasión, bien pequeñita, hablé de que la boda ya no iba porque mi prometido me había dejado por calva y se había buscado una nueva novia con un pelo mejor. Ante todo el drama.

Y a lo que voy, ¿quién se da el lujo de escribir por gusto? ¿Quién se pudiera permitir imaginar porque sí?

“La imaginación puede transfigurar la materia oscura de la vida. Y en muchos ensayos personales y autobiografía es eso lo que empiezo a echar de menos, a ansiar: la transfiguración. No me basta con reconocer nuestras penas compartidas y familiares. Quiero reconocer algo que nunca he visto.”

Ursula K. LeGuin ~ “Contar es escuchar”

Pero la verdad es que no es fácil escribir sobre nada, lo he pensado muchas veces y lo leí aquí mucho más bonito:

“No es tan fácil escribir sobre nada. Palabras tomadas de una voz en off en un sueño más absorbente que la vida”

Patti Smith ~ “M Train”

Estoy de acuerdo. ¿Qué pasa cuando lo que escribes no lo está buscando nadie en Google? Cuando no se trata de una solución, una receta, una fórmula, cinco tips o un croquis. Me digo: debes seguir igualmente.

En el mundo de hoy, ya nadie escribe para nada, parece que todxs lo hacemos para ser encontradxs y debemos dar respuesta a frases objetivo que en verdad son preguntas de incógnito, desprovistas de los signos de interrogación.

Poco a poco, siento que ya no existen las estaciones si no es para que podamos vender en torno a ellas. Y me causa una pequeña tristeza que ya nadie puede sentirse original o especial al estar rodeadxs de vitrinas de talentos ajenos. 

Perdóname, a veces actúo como una coleccionista de sensaciones y sentimientos vintage a tal grado que, me los imagino en una estantería dentro de bolas de cristal con nieve falsa, de las que se tenían que agitar. Allí las veo, la primera dice “soy especial”, la otra “mi talento es único”, y por último “mi idea es revolucionadora”. De cada una solo queda un ejemplar.

Lo que asumo yo que incitó a Walt Disney a hacer bosquejos, a Beatrix Potter a dibujar el mundo fungi, animal, y escribir cuentos, lo que provocó que Sara Blakely creara un producto nuevo desde cero mientras vendía máquinas de fax, eso, ya no está más.

O, hay que luchar el doble por preservarlo, desconfiar de los espejos desfigurados y aun sabiéndote unx más, un poco más ordinarix de lo que hubieses deseado, perseverar, continuar creyendo y aprendiendo, por la relevancia única de tu mismísima vida irrepetible.

Y porque tal vez, aunque seas la nieta y sobrina número 18, todavía haya quien quiera escuchar de ti con quién te casarías si tuvieras 5 años, pero sobre todo saber qué estás imaginando, como si tal cosa importara.

Vivan tú y tu capacidad para inspirarnos. 

Prosa Ojerosa

El limbo millennial y otros planes vacacionales

No merezco que me llamen millennial. Es decir, no me siento merecedora.

Se supone, según algunas definiciones, que estos son lxs que nacieron después de 1983 y si así fuese, yo lo sería, entonces tal vez me equivoco, pero quien se haya “enamorado” en una plaza o recuerde tener que “desocupar” el teléfono de casa para que otro pudiese llamar, creo que está marcadx quizá por demasiados eventos a la antigua para poderse llamar millennial a sí mismo.

Inclusive antes de esto

Sin embargo, la tecnología ha permeado bien en nuestras rutinas, inclusive a quienes, como yo, ya teníamos rutinas establecidas antes de que las redes sociales fueran adictivas.

Aún así, ahora que hasta adultxs mayores de 60 años pasan más tiempo jugando a Candy Crush en Facebook que leyendo el periódico, me digo: ya son pocos lxs afortunadxs que pueden, sin temor a equivocarse, asegurar que viven en el limbo millennial, a la deriva de los acontecimientos del hashtag, absolutamente maestrxs y señorxs de su tiempo libre.

He hablado antes sobre la inexistencia del tiempo muerto que ahora es solo “scrolling” y como hay veces que me quedo sola en una mesa en público, (¡en público!, pero ¿qué?, ala… ¿qué le pasa a esa chica mirando al vacío? -dicen, en mi cabeza) y tengo que hacer un esfuerzo consciente para no buscar la distracción en mi teléfono. Sé que no estoy sola en esto.

Sé también que es algo muy pre-milenial, este experimento de no mirar tu móvil cuando te quedas solx antes de pedir las bebidas. ¿Por qué exponerse a la propia psique de manera tan violenta?

Pero me voy por la tangente; en mi modesta muestra, (de Instagram irónicamente) pregunté cuántxs sentían que quisieran leer más seguido y un 65% de las personas respondió afirmativamente, de las cuales un 70% culpa a las distracciones del móvil y redes sociales de no hacerlo más seguido, mientras que otro 70% de la muestra reconocía sentir algún nivel de preocupación por cómo reparte actualmente su tiempo de ocio.

Todo lo que necesito para convertirme en la mujer que estoy destinada a ser a continuación, está dentro de mis sentimientos acerca del ahora ~Susie Moore

Tal vez haya mucho material y potencial de cambio en esos sentimientos del ahora, como para perdérnoslo del todo. Te lo digo a ti mientras me lo tengo que recordar a mí misma. Bien adentradx en el milenio, este limbo es un lujo y estoy un poco obsesionada con entrar en el mercado inmobiliario de este complejo vacacional. Quiero entrar a vivir.

Unas vacaciones que consistan en el nivel de ruido justo, el que de verdad dejemos pasar y disfrutemos. No aquel que, de manera automática, me tenga atenta a las notificaciones cada 7 minutos o pensando por qué se me han ido otros 20 mirando un vídeo que ni siquiera recuerdo empezar a ver.

Tampoco aquel que invite las historias ajenas a mi cuarto antes de que me quite las lagañas, y lo sé, es muy de señora mayor empezarse a preocupar por estas cosas. Lo interesante es que no sé cuál es el siguiente nivel de “señoritud” que voy a desbloquear.

Lo que sí me preocupa es que cuantifiquemos la valía por números de seguidores y en base a eso, ponderemos si contestar o no un mensaje privado, que nos sintamos menos como «marca personal» porque no producimos tanto ni a la misma velocidad, cuando lo que cabría repensar es que habíamos venido a la fiesta a ser primero personas y solo cuando todo se tornó congreso con sesiones de networking, nos hemos pasado a marcas, pero en principio queríamos solo ser personas.

Sí, “las redes” son fantásticas por la visibilidad exponencial que nunca alcanzarías de lo contrario, también para encontrar grupos afines y personas maravillosas con las cuales relacionarte o colaborar, pero en el mundo actual donde quienes participamos de unas redes sociales hacinadas, nos vemos en la necesidad de gritar alto y más alto, entrar a modo silencio y ausencia me hace sentir que exploro todo un nuevo nicho. ¿Te pasa?

Otra cosa que me preocupa también es que nos definamos por biografías de 70 caracteres, madre de Gerard, capricornio, ciudadanx del mundo:

Pregúntale a una mujer quién es, y te dirá a quién ama, a quién sirve y lo que hace. Soy madre, soy esposa, hermana, amiga, mujer de carrera. (…) Si una mujer se define como esposa, ¿qué pasa cuando su pareja se va?, si una mujer se define como una mujer de carrera, ¿qué pasa cuando la compañía quiebra? Quienes somos se nos arrebata perpetuamente, entonces vivimos con miedo en vez de en paz. (…) Construimos castillos de arena y tratamos de vivir dentro de ellos, temiéndonos que la marea suba. Responder a la pregunta ¿a quién amo? No es suficiente. Para vivir una vida propia, una mujer debe también contestar: ¿Qué amo? ¿Qué me hace cobrar vida? ¿Qué es la belleza para mí y cuándo me tomaré el tiempo para llenarme de ella? ¿Quién es el alma debajo de todos estos roles? Cada mujer debe contestar estas preguntas, antes de que venga la marea. Los castillos de arena son hermosos, pero no podemos vivir en ellos. Debemos recordar, soy la constructora, no el castillo.

~Glennon Doyle, Untamed

No quisiera desvelar nada más acerca de esta lectura puesto que estoy preparando algo en formato vídeo sobre ella.

Pero mientras, ¿qué es la belleza para ti y cuándo te tomarás el tiempo para empaparte de ella? no tengas dudas, necesitamos de ese tiempo que desperdiciamos como si sobrara, necesitamos de él como si fueras persona y no marca, pretendiendo que tus ojos son los únicos testigos por aquello de que, al final, son los únicos testigos que importan.

Prosa Ojerosa

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