Elisa y la frivolidad

Fachada de casa

Si esta no es la primera vez que estás aquí, sabes que con frecuencia peco de nostalgia y de idealizar el pasado. Hoy 12 de octubre, el día que me estoy sentando a escribir estas líneas, sin duda no constituye el mejor día para hacer eso.

Nada que celebrar. Mucho que leer. Dos frases en forma de hashtags que leí esta mañana en la publicación de una librería que mostraba la pared llena de autoras latinoamericanas para ejercer la última. Si es que es verdad que se han puesto de moda mis coterráneas, enhorabuena por una moda que no incomoda.

¿Cuál ha sido la última autora latinoamericana que has leído? O, ¿aquella que siempre recomiendas? Creo que es importante pararnos a pensar en estos asuntos. Pararnos. Pensar. Vaya… ¿quién tuviera el lujo de juntar los dos verbos en la misma frase?

Asuntos como a quién leemos y a quién apoyamos con nuestro dinero, quién nos influencia y sí, tratar de equilibrar esa influencia. En el caso de que equilibrar sea una palabra muy fuerte, como si resultara en demasiado esfuerzo, quizás tengas razón, opto por quedarme en la premisa anterior; al menos “pensar” en ello.

A mí, como venezolana, me gustaría que el equipaje literario de la región, ese con el que viajo en la vida, fuera mucho más cuantioso de lo que en realidad es. Me atrevería a afirmar que muchxs latinoamericanxs, sienten lo mismo, en la ya tan nombrada admiración de lo europeo y lo estadounidense. Por eso es que me causa alegría no solo leer algunos de sus libros, no solo cuando una editorial rescata del olvido otra obra más, sino leer partes de sus biografías narradas por ellas mismas. Por ejemplo, si a Elisa Lerner le preguntan cuándo empezó a escribir:

“A los once años. A esa edad mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquellos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una». Y a él le pareció muy bien. Poco después me compraron papel, muchas plumas y una máquina de escribir.”

Va a ser que tiene razón Camila Sosa Villada cuando dice:

“Alguien tiene fe en una, finalmente, y una escribe.”

Pero volviendo a Lerner me encuentro con una teoría que, de forma extrema, explicaría todo:

“«Es una escritora», dicen en las reuniones, «qué bien». Pero jamás llegan a los libros de la escritora. Para la sociedad venezolana el libro no existe, es como una piedrita perdida en el camino y no hay forma de que llame la atención de alguien. Los escritores somos los fantasmas de la casa venezolana; nuestras cadenas chirrían un poco cuando hay un premio y luego, de vuelta al silencio. Pero en realidad no existimos. En Venezuela sólo cuentan los libros de cocina y esa cierta frivolidad que consideran muy elegante los ricos recientes.”

¿No somos todxs incurrentes en la frivolidad? Si me permites que lo diga, y si me aferro a la acepción más general: frívolo(a) [persona] Que no concede a las cosas la importancia que merecen, no las hace con la seriedad, el sentimiento o el interés requeridos y solo piensa en el aspecto divertido o lúdico de la vida.

Diría que manejar la cantidad de noticias e información a la que tenemos acceso todos los días solo logra dejarnos frívolxs ante la vida. El lado lúdico vendría a ser representado por tiktoks de algún hombre con una camiseta en la cabeza y una canción que repite “oh no”. También, en mi caso, memes de perros y gatos.

Probablemente es la única manera o la más adyacente; la frivolidad es superficial y en la superficie evitamos ahogarnos aunque casi todo esté dado para que nadar sea difícil.

Pero creo que he encontrado en un ensayo de Cynthia Ozick que se llama “el ruido en la cabeza”, parte de la respuesta:

“el ruido en nuestras cabezas, ese incansable rumor interno de fragilidad, de esperanza, de trascendencia y de miedo, ¿dónde podemos encontrarlo en una época de máquinas que se dirigen a las multitudes y de multitudes que enloquecen por las máquinas? En el arte de la novela, en el aleteo del empapelado imaginario. Y en ninguna otra parte. (…) Alguien que pertenece a la generación literaria más joven, la más asediada por el periodismo del Ahora, esto debería maravillarnos: semejante decisión de dominar, con lo exacto y lo sublime, la desapasionada trivialidad de nuestra época.“

Esto lo escribió en 1993. Ojalá llegue a tiempo hasta ti.

En 1993 no existían siquiera como tal los “reality”, ni las redes sociales, y el periodismo del Ahora al que hace referencia Ozick no podía ser más “Ahora” que un tweet. Por lo que, el mensaje me sigue pareciendo relevante y mi planteamiento final, supongo que sería algo así:  leamos a nuestrxs fantasmas antes de que las cadenas suenen, seamos frívolxs para salvarnos de una sobrecarga pero nunca para anestesiarnos del todo u olvidar nuestro rico y ancestral imaginario colectivo.

Prosa Ojerosa

Temas de peso

Hace mucho que quiero escribir temas de peso, que es como decir que quiero hablar de cosas importantes pero se suele decir así; “de peso”. Entonces inevitablemente comienzo a ponderar que el peso se ha venido a menos, ha perdido peso el peso y lo felicitarían si lo vieran por lo calle, asumiendo que está en un buen momento, una racha de fuerza de voluntad, porque pesar se ha vuelto menos y menos deseable. Somos raras las personas felicitándonos por la fuerza exacta que ejerce la gravedad sobre nuestros cuerpos, y estos mismos contra el suelo.

Pero hablar sobre temas de peso generalmente te mete en camisa de once varas, que es por lo que pude averiguar, una especie de ceremonia de adopción en el que hacían que la desafortunada criatura entrara por la manga y saliera por el cuello de una camisa grande como simulando un parto, -¿cómo de grande?- De once varas, que era una medida por aquellos tiempos medievales.

Y entonces esta complicación innecesaria y poco recomendable que es “entrar por la bocamanga y salir por el cabezón” y que viene a ser la misma expresión pero de otra forma, es lo que estoy tratando de evitar al seguir dándole rodeos a esto que quiero decir:

No voy a felicitar a nadie más por volverse más ligerx. Y no lo haré no porque no requiera esfuerzo y no entienda lo que le ha supuesto, sino porque no quiero participar en esta medida. Ya no mediré en varas y si es posible, tampoco en kilos el cuerpo.

Una vez me dijiste que el ojo humano es la creación de Dios más solitaria. Cuantas cosas del mundo pasan a través de la pupila sin que retenga ninguna. El ojo, solo en su cuenca, ni siquiera sabe que hay otro, idéntico a él, a menos de tres centímetros de distancia, tan hambriento, tan vacío. Abriendo la puerta principal a la primera nevada de mi vida, dijiste en un susurro: -Mira.”

Esto lo escribió Ocean Vuong en “En la tierra somos fugazmente grandiosos” que nueve meses después de leerlo, sigue petándome el cerebro con su construcción de frases. Lo escribió él y en él me gustaría inspirarme para decirle a tu ojo que te retuviera, se fijara en ti y te susurrara más de un piropo al día para balancear todo lo que verá, leerá y le hará creer que es adverso.

 

Reality Check

 

Hace un par de párrafos ya quienes estuvieran en régimen de dieta restrictiva o en un plan de ejercicios con el objetivo de adelgazar, habrán cerrado esta entrada probablemente viendo esta tan solo como una provocación extremista, una falta de contacto con la realidad por mi parte; como si yo misma no pudiera entender por qué querríamos ser delgadxs, como si yo misma no fuera consciente de que serlo tiene solo consecuencias positivas en la sociedad actual, que nunca seríamos más celebradas que cuando perdemos peso.

-Guka, ¿de veras solo tienes diez años? -¿De qué años hablas? -De los tuyos, ¿cuántos tienes? -Pues no lo sé! Solo sé contar con los dedos hasta diez. Es que las mujeres no nos ocupamos de eso… Es mi padre quien sabe cuántos años tengo. Más adelante me di cuenta de que Guka no era la única que no sabía su edad. Ni su madre ni las vecinas sabían contar. Tampoco les importaba cuántos años tenían; solo les interesaba su peso, pues la gordura era símbolo de belleza en el desierto, con independencia de la edad. Diarios de Sahara ~ Sanmao

Aunque no creo que fuera su intención exacta y ni de cerca es el tema principal de estos diarios, a Sanmao le hizo falta solamente un párrafo para pintar la foto de la interseccionalidad (en este caso intersección de marginalización social y sexismo). Y en mi interpretación libre me parece cabría agregar aquí mismo que, aunque ahora sea por la delgadez, es la belleza la que continúa siendo una manera de sometimiento. Y mira que me cuesta mucho decir esto, asociar una palabra en principio tan inocente como belleza a otra tan fea, tan pesada, cuando ni siquiera las palabras deberían serlo.

Querría ser lo suficientemente fuerte para decirte que no es tu obligación ser bella, justo ahora que habría que procurarse un cuerpo de playa, solo los verdaderos pesos pesados se atreverían a afirmar semejante atrocidad.

Prosa Ojerosa

En un carrito de supermercado

La imagen propia. Tiene tal vez muy poco de propia, es algo que me resulta fascinante puesto que, tal y como nuestra personalidad, habrá tantas percepciones de ella como personas lleguen a vernos/conocernos.

No hay motivo para ocultar que he hablado de este tema aquí más de una vez y de diferentes formas, pero cuya necesidad de mencionarlo nuevamente me visita con frecuencia, supongo que por la incesante exposición a la imagen, en general, en la que nadamos día con día.

En esta publicación antigua de instagram por ejemplo, comento precisamente la manera natural en la que internalizamos conceptos como «el lado malo» de nuestras caras, integrándolo en la vida diaria de forma intrascendente, como si fuera (como dicen algunxs) moco de pavo.

yo la primera vez que escuché la expresión

Silvina Ocampo lo dice mucho más magistralmente en «la cara apócrifa» de 1972:

«Nadie sabe cuánto me esforcé por imaginarla preciosa (…)
la corregí en vano, minuciosamente juntándole las cejas
agregándole lágrimas
adornándola con levísima sonrisa
tirándole la lengua para volverla graciosa
mordiéndole los labios para volverla misteriosa.(…)
No quiero más fotografías de esa cara
que no es la misma cara que estaba dentro de una cuchara, ni en el cuchillo, ni en el aljibe,
ni siquiera en el espejo.»

«Amarillo Celeste» ~ Silvina Ocampo

Creo que más de unx la entendemos, a Silvina, quienes a veces todavía tengamos que pelearnos con el tono peyorativo de nuestros pensamientos al vernos retratadxs, esperar a tu amiga que se quiere poner del otro lado y «meter» la barriga, detenernos para no rechazar una oportunidad de quedar en el recuerdo aun sabiéndonos toda la teoría, o por el contrario, quienes juran sanar a base de selfies a mansalva.

Y no es hasta hace unos días, mientras estuve viendo el documental «The B Side» sobre Elsa Dorfman, que no volví a pensar en lo que sería sentir una necesidad visceral por documentar (en este caso fotográficamente) que superara con creces la vanidad, ¿qué saldría de crear así de libre?, por buscar ser alguien además de esposa cuando era «todo» lo que se te pedía, en amar tanto tu proceso creativo como para hacerlo por décadas aunque caducasen todas las tecnologías alrededor del mismo y quebrasen las empresas proveedoras.

Soy una profesional de la nostalgia, ya te habrás dado cuenta, y a veces de asuntos que no he experimentado ni siquiera en mis carnes, si me permites la incoherencia. Un ejemplo claro de esto: ¿revelar fotografías en un cuarto oscuro con una bombilla roja? nostalgia a la potencia.

«También me decía que siempre hay que escribir en contra de algo; un defecto propio o una falla del cuento, y ahora supongo que también me quiso decir que la conciencia plena de una falla es lo único que permite disimularla y remontar esa corriente adversa, que muchas veces también es una característica del género específico que estamos intentado escribir. Uno tiene que ser su propio antídoto, me decía Silvina a veces»

«La hermana menor» ~ Mariana Enríquez

¿Estoy haciendo un buen trabajo en ser mi propio antídoto? depende del día en que se me pregunte.

En todo caso, volviendo al convencimiento y «ovarios» que se requieren para hacer de «tu arte» algo que te alimente, no he encontrado en mucho tiempo algo que visualmente me inspire más que esta foto de Elsa vendiendo sus fotografías dentro de un carrito de supermercado alquilado, en el estacionamiento del mismo, a dos dólares la pieza.

feliz día de las emprendedoras

Te la dedico para que, sea cual sea la fuente de su entereza, sepas que si ella la reunió para pararse allí, tú también puedes creerte hoy un poco más dueña de tus talentos. Y aunque acabo de buscar fortaleza en el diccionario de sinónimos y salía «hombría», tengas constancia en film de que también nos podemos definir así.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Qué tengo que hacer para que veas el documental? No puedo recalcarlo más. Así como leer a las dos autoas argentinas de las que hablé aquí. <3

Las malas mañas

Mala maña #1

¿Sabes qué es raro? Que un libro muy lento me guste mucho. Porque cuando hablo de ‘muy lento’, en este caso, me refiero a un caracol atravesando una cancha olímpica techada de extremo a extremo, o bordar a mano un vestido de cuerpo entero con lentejuelas intercalando una negra y una azul.

Pero todavía más raro es que un libro en el que no subrayé nada, me gustase mucho. Porque generalmente, según me lo indica el hemisferio izquierdo de mi cerebro —¿ese es el de la lógica? — debo quedarme con evidencias físicas que sustenten que ha valido la pena pasar mi tiempo en esa historia. Madness.

Lo de subrayar es un decir porque un 80% de los libros que leo son de la biblioteca, con lo cual, me siento una verdadera capitalista cuando estoy subrayando a gusto un libro de mi propiedad privada. Es una broma, por favor, no quiero herir sensibilidades.

Afinco el bolígrafo, que mejor sea de un color vibrante y no me conformo con hacer una línea al costado del párrafo —no, no— paso por cada palabra, cada línea, hasta llegar al punto. Pero eso es en caso de… en el caso que nos atañe hoy, no tengo citas para demostrar que lo que he leído me ha gustado tanto como digo que me ha gustado. Y el objeto de mi confusión se titula “Milkman”.

Mala maña #2

Decía que “Milkman” es una novela en toda regla que, quizá ya has leído porque fue publicada en 2018 y ganó un par de premios importantes cuyos nombres se me parecen mucho entre sí. Anna Burns escribe sobre una ciudad anónima en medio de lo que se va intuyendo que es “the Troubles” de los años 70, de lo cual yo solo conocía el nombre y si no es por mis búsquedas obsesivas en Google al terminar la novela, no sabría mucho más.

Buscar obsesivamente en Google tras terminar lo que sea, es un nuevo lenguaje de amor, por si no lo sabías.

Mala maña #3

Lo que más me sorprendió de esta novela es que, para empezar, leí la sinopsis completa, cosa que nunca hago o, mejor dicho, “leo en diagonal” y aunque esta vez no fue así, no me reveló lo suficiente, que es ya un puntazo. Entonces, al adentrarme en ella, descubrí que la protagonista es “hermana mediana”, así, sin nombre, y los personajes secundarios son “el medio novio”, “el tercer cuñado”, etc. Tú entiendes la idea, no se nombra a nadie en 350 páginas y, aun así, terminas con Irlandadelnorteconflictos en la punta de los de los dedos a la una de la mañana de un martes, bien cansada.

Es absolutamente genial cómo la autora juega con el no nombrar para ambientar el misterio propio de un tiempo de represión donde ninguna persona puede darse el lujo de confiar en nadie y cualquier paso en falso, puede costarle la vida, sin que esta última sea una frase dramática o en un sentido figurado.

Mala maña #4

Me castigo mentalmente cuando un libro me está pareciendo lento y lo estoy disfrutando, pero me está pareciendo lento y no lo estoy disfrutando por lento.

esta niña ya es mínimo universitaria

Lo hago, me castigo, porque sé que es la maquinaria del más, más, más lo que está detrás.

¿Cuántas veces queremos terminar de leer un libro para que cuente en nuestro listado de leídos del año y cuántas queremos leerlo para disfrutar de leerlo?

Leerlo…

lo…

lo…

Mala maña #5

Relacionada con la anterior, no suelo escribir reseñas porque alimentarían la maquinaria del más, más, más y sus habitantes, pequeños duendes mandones con voces que solo oigo yo. A estos últimos los conozco bien, pretenden sitiarme y que haga lo que me ordenan.

Intentaré explicarme mejor; mientras queramos seguir leyendo más y sobre todo a mayor velocidad, para poder publicar sobre ello en redes sociales, el enfoque sigue siendo el mismo: los demás y no nuestro disfrute del verbo leer.

Como en 2018, cuando se publicó este libro, Prosa Ojerosa no existía y yo no seguía tantas cuentas sobre libros en Instagram, desconozco si en su momento hubo o no hubo hype. Tiene su encanto vivir la emoción de algo a destiempo y sin saber si otrxs lo consideraron digno de dicha excitación.

Mala maña #6

Mi propio hype es suficiente hype.

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Para finalizar esto que sigue sin ser una reseña, decirte que me vuelven loca, en el mejor de los sentidos, los conflictos históricos, sobre todo bélicos, narrados desde la perspectiva de las mujeres y más, si como el de Burns se trata de una mujer de 18 años hablando en círculos, representando su normalidad de manera tan cruda, porque son pequeñas joyas no tan fáciles de encontrar. Y es una de las razones por las que empecé esta suscripción.

“No era evidente que estuviera infringiendo nada, así que tal vez yo hubiera vuelto a equivocarme y él no infringiese nada. Sin embargo, mientras me hablaba, a pesar de mi confusión, supe que jamás debía subirme a uno de sus coches y que esa era una conclusión crucial (…) Mientras tanto, seguía ahí plantada, en el territorio de las cosas fingidas y las cosas sin enunciar de forma clara, y en esa zona por donde las personas no solo debían apresurarse, sino que deberían plantearse no pisar jamás. No obstante, allí estaba yo, en esa zona. Y él también estaba allí, y para entonces estaba tan nerviosa que había alcanzado ese estado de agitación emocional que casi podía causar fracturas psíquicas y en el que de pronto yo podía soltar un <<¡No!>> o <<¡Vete a tomar por el culo!>> o echarme a gritar o vete a saber qué. Pero lo que sucedió fue que aparecieron más hombres.”

Anna Burns

¿Tu también tienes “malas mañas”de leer?  y por último, ¿de verdad te pensabas que no iba a darte ninguna cita?

Prosa Ojerosa

La suerte del color amarillo

Está bien. Me arrepiento de lo que dije hace unas semanas sobre “M train” de Patti Smith. Comencé a leerlo y aún sabiendo que, era un libro sobre nada e irónicamente, un tren a ninguna parte, no conectaba con lo narrado en lo absoluto.

Sin embargo, al ir avanzando y acostumbrándome a la idea de su propia lentitud, logré captar el romanticismo personificado en su adicción al café, y en su manera de vivir la vida que al menos a mí, sin haber leído ninguna de sus otras memorias, me resultó contradictoriamente improvisada pero a la vez llena de significado y con tendencias a los rituales, pero sobre todo, a la belleza.

“We want things we cannot have. We seek to reclaim a certain moment, sound, sensation. I want hear my mother’s voice. I want to see my children as children. Hands small, feet swift. Everything changes. Boy grown, father dead, daughter taller than me, weeping from a bad dream. Please stay forever, I say to the things I know. Don’t go. Don’t grow.”~ Patti Smith, M Train

Queremos cosas que no podemos tener. Buscamos recuperar un determinado momento, sonido, sensación. Quiero escuchar la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos como niños. Manos pequeñas, pies rápidos. Todo cambia. Niño mayor, padre muerto, hija más alta que yo, llorando por un mal sueño. Por favor, quedaos para siempre, le digo a las cosas que conozco. No os vayáis. No crezcáis. ~ Patti Smith, M Train

La comprendo tanto, especialmente en las últimas semanas en las que he escrito cartas a personas queridas sin intención de enviárselas y también, una oda a una lámpara de color amarillo que me ilumina todos los días. Amarillo, de los colores el más afortunado, como no lo vincularon a ningún sexo ni género, nadie le dice lo que tiene que ser, qué suerte la de él. Muy parecido a la letra e.

“Si quieres que te lo diga, siéntate, porque es largo de contar” y, al contarlas en voz alta salvaría del olvido todas las cosas que he estado recordando y sabe Dios cuántas más, es incalculable lo que puede ramificarse un relato cuando se descubre una luz de atención en otros ojos, él seguramente también tendría ganas de contarme cosas, se sentaría a mi lado, nos pondríamos a cambiar recuerdos como los niños se cambian cromos y la tarde caería sin sentir, saldría un cuento fresco e irregular, tejido de verdades y mentiras, como todos los cuentos”

Carmen Martín Gaite ~ El cuarto de atrás

Diseccionando este último párrafo te diría que, en principio, me parece ya de entrada desafiante admitir que me voy a tardar en contar la historia, porque muchas veces sin pretenderlo, me doy prisa al hablar ya que aprendí que irnos por las ramas es un rasgo odioso propio de la mujer.

Si pienso entonces en que, al contarlas en voz alta, salvaría a las cosas que conozco del olvido, me doy cuenta de que no callaría nunca. La paradoja está en el hecho de que, con frecuencia, mis sentimientos sobre esas mismas cosas sobrepasan la fuerza de mi voz como para siquiera seleccionar y pronunciar palabras en concreto, y por eso, supongo que escribo. 

(Pausa para pensar en todxs lxs que nos sentimos alguna vez o muy seguido, mucho menos interesantes y elocuentes de lo que pudiéramos ser comparadxs a la versión interior de nosotrxs mismxs)

Al menos, mientras intento no recurrir al auto-reproche por querer aburrirme una tarde y romper con el verbo ‘hacer’ por unas horas, me consuela saber que soy la luz de atención para otros ojos y me recuerdo, te recuerdo que, si quiero, si queremos, podemos ser el color amarillo.

El giro de la trama:

Busco reconciliación con la nostalgia que me producen los cambios, sobre todo los más pequeños, imperceptibles. Me digo que aunque pase un buen tiempo para que podamos abrazarnos con la misma tranquilidad de antes sin pensar en contagio, al menos el abrazo como recurso sigue existiendo.

No te rías, cosas igual de importantes están en la cuerda floja. Preguntaba hace no mucho qué pensabas sobre los sentimientos en extinción.

Al mismo tiempo, en cuanto a los cambios más grandes, aquí me ves señalando con mi dedo lo que no es tan minúsculo, que nos mantiene clasificadxs entre azul y rosa.

Todo el conocimiento acumulado de dietas, las calorías, las formas de bañador concreto para la forma de mi cuerpo, al que le asignaron de todas las frutas, la pera y, los artículos de “cómo retenerlo” de la revista que más adoraba y leí asiduamente desde los 11 años, por mencionar alguna de esas cosas.

Quizá es por esto por lo que queremos todavía contar calorías, para tener sensación de control ante los cambios, pero ni los carbohidratos se lo merecen, ni tú, que tienes toda la gama de colores para escoger, observar, comer y ser. Tal como un catálogo de alfombras.

Prosa Ojerosa

Minotauros y reinas: el origen del autoconcepto ruin

Así como el minotauro, mitad toro mitad hombre, el autoconcepto ruin es mitad hijo de la gordofobia y de cuan expuestxs hayamos estado a una crianza machista, o a una comparación constante contra filtros de Facetune.

Pero ¿qué es eso del autoconcepto ruin? Es un término que se inventa la autora de este texto, yours truly, para indicar el estado sostenido de desencanto con nuestros cuerpos.

En mi caso particular, jugando el doble rol de psicoanalista y psicoanalizada, habiendo nacido previa la existencia del www y del filtro fotográfico, el cóctel molotov se origina al crecer en un país de “mujeres bellas” porque éstas ganan coronas en concursos para las que son operadas.

Dichas reinas, son protagonistas de leyendas que hablan de comer lechuga y agua de piña por meses en una mansión con caminadoras eléctricas en línea donde hacen cardio día y noche, pero cuya recompensa (¡oh! recompensa) tras el calvario, siempre era en todo caso, la panacea, llegar a la televisión. Esto funda las bases para todas las habitantes del país, más o menos plebeyas, de todos los estratos; vivir la belleza como un deber. En Venezuela. Donde se ondea la bandera de la hermosura femenina con orgullo, por la mayoría.

Digámoslo claro, la mujer debe ser de todo menos dejada, dios nos salve. En temas del cuerpo, me pongo muy religiosa.

diosas-griegas-entre-flores
ante todo bellas y delicadas

Pero volviendo al punto, cuando digo que la belleza es un deber allí (pero no solo allí), también hay que aclarar que este deber, está totalmente vinculado al género, (adivinaste, al “femenino”), ¿por qué? Porque era o es de lo más usual ver a una pareja heterosexual compuesta por un hombre y una mujer no solo delgada, pero en perfecto cumplimiento de los requerimientos de esa disciplina que es la belleza:

Era común ver, en mis tiempos mozos (otra frase cuestionable), cabellos de peluquería, operaciones quirúrgicas, dientes blanqueados, tacones, cuerpo trabajado en el gimnasio y con frecuencia, no la misma correspondencia en el hombre.

El hombre, ¿tal vez está por encima de eso?, el hombre es merecedor de la mujer bella solo por saberla conquistar, en calidad de territorio baldío. En cambio, la mujer debe ser primero bella para merecer.

Momento embarazoso:

Por mucho tiempo creí que estadísticamente en Venezuela había 6 mujeres por cada hombre, porque alguien me lo dijo y no lo corroboré. Lo que justificaba «obviamente» por una parte la infidelidad y por otra, la “naturaleza” competitiva con respecto a la búsqueda y captura de un pretendiente, que es capítulo para otro día o, mejor dicho, harina de otro costal igualmente preocupante y plagado de bichos.

Me ha tomado muchos años entender el motivo de mi enfado para con este escenario. Creo que te sorprenderá, al igual que a mí, esta realización. Ya que es mucho más pragmática de lo que yo misma esperaba, en vez de emocional, que también.

Lo que en definitiva me irrita más, es CUÁNTO TIEMPO se ahorra aquel que no pasea sus pensamientos diarios por las dudas, la evaluación, y pasa su valor por un tamíz donde la interminable reforma y reconstrucción de su FÍSICO sea el principal indicador.

Convencida estoy de que, si toda la energía que ponemos en volver nuestros cuerpos adecuados cuando ya lo son, la usáramos en proyectos personales o profesionales para nuestra satisfacción, otro gallo cantaría. Ese otro gallo sabría entonar la mismísima melodía de la felicidad y bailaríamos, sí. No solo reinantes, sino triunfales, habiendo recordado que, todo es cuestión de luz:

Ver es la transformación en etapas sucesivas de una información que llega por medio de la luz a nuestros ojos. Todo lo que vemos es luz y la visión es nuestra forma de asimilarla.”

~Mercedes Halfon, “El trabajo de los ojos”

Por esta lectura en forma de prosa-poesía que es el ensayo barra memoria de Mercedes, es que recordé que, hemos de empeñarnos en asimilarnos como luz literalmente y dejar de vivir como sombras de tonos muy grises, muy mejorables, en necesidad de estirarnos para recibir los rayos del sol.

¡Ah, sí!, y persistir en ello, o como prosigue ella:

“La obsesión o la persistencia es eso: dibujar algo en el lado interno de los ojos”

Entonces, quizá, menos planes de piscina cancelados en mi juventud porque no me pillaron apropiadamente depilada, menos fiestas de bodas arruinadas por sentirme gorda y un tanto inadecuada (tratándolos como sinónimos) en un vestido que había comprado antes.

Más dejar a un lado la felicitación por el cuerpo pre-parto recuperado en semanas, más descartar el comentario de lo bien que se «conserva» ella como si la misión que nos corresponde en la vida es habitar en un frasco hermético lleno de vinagre, más tatuarnos “en el lado interno de los ojos” el amor que merecemos darnos sin que tengamos que hacer nada más para ganárnoslo.

¿Cómo lo ves? ¿Qué necesitas decirte o dibujarte hoy?

Prosa Ojerosa

PD: He vinculado aquí la cuenta @équita.género para que sigamos desaprendiendo las maneras en que los constructos sociales alrededor del género nos hacen todavía desiguales. Rocío Calvo hace una maravilla de trabajo educativo allí. Seguirla me hace sentir que uso Instagram para el bien 😊

También, he de decir que leí a Mercedes Halfon gracias a la editorial las afueras, quienes además me ayudaron a servir de esta lectura a una de mis destinatarias del mes de julio, muy a tiempo, en pleno caos de correos.

Phoebe Buffay y las ideas ridículas

Tengo ideas ridículas.

Que las mujeres no pueden ser repetidoras de vestido, que las de piernas cortas deben usar tacón, porque la pierna estilizada es un deber, y lo que no debe ser, es la falda acompañada de deportivas. El bolso combinado con los zapatos y ni siquiera me hagas hablar de toda la casuística alrededor del vello.

Arrugada, hecha bola en una esquina, la lista en papel de las cosas que hay que hacer antes de los 30, los 40 y ni un día después. No nos preguntamos la edad, y tampoco el peso, las cifras son secretas, excepto si son kilos perdidos bien acompañados de una foto del después.

Después, después, liberarnos de pendientes queda en el después, no hay tiempo para el después. Solo a nosotras se nos escurre el tiempo, ¿y cómo no? Si desde siempre somos madre, primero que mujer.

Señoras: pienso en los relojes blandos de Dalí, de algún modo y sin pedirlo, nos pertenecen. las agujas no apuntan a una hora, nos apuntan a nosotras.

Me inspira mucho más la lista de Phoebe Buffay de cosas para hacer antes de cumplir 31:

  • Conocer a alguien portugués
  • Ir a la escuela para francotiradores
  • Recorrer una milla sobre una pelota inflable
  • Tener el beso perfecto
Nadie habla de lo difícil que es decidirse por el mejor gif de Phoebe en todo el internet

Y aunque soy fiel partidaria de que, para todo en esta vida, hay un capítulo de Friends que remedia un malestar, no es ese el objetivo de este texto.

Mientras crecemos en edad (y aunque socialmente no esté igual de bien visto crecer en tallas), comienzo a pensar que es mucho más útil desprenderse de ideas, que retenerlas todas.

Lo que me lleva a Tara Westover, en “Una educación”:

“A pesar de la singularidad de su infancia, las preguntas que plantea su libro son universales: ¿cuánto de nosotros deberíamos dar a quienes amamos? ¿Y cuánto debemos traicionarlos con el fin de crecer?

Si no has llegado aun a leer esta novela, y aunque probablemente no hace falta que alguien más la comente, porque fue de las más vendidas hace aprox. dos años, quería mencionar que, siendo un caso tan particular el que narra; como es crecer en una familia mormona fundamentalista en una montaña de Idaho, el querer complacer a nuestros progenitores (familia, entorno) es una base de la que partimos muchxs de nosotrxs y es un precepto con el que, al menos mentalmente, nos sentimos en constante negociación. T. Westover, escribe:


“No saberlo con certeza, pero negarme a ceder ante quienes afirman tener certeza, fue un privilegio que nunca me había permitido. Mi vida me fue narrada por otros. Sus voces eran contundentes, enfáticas, absolutas. Nunca se me había ocurrido que mi voz pudiera ser tan fuerte como la de ellos.

De allí entonces que insista en una propuesta, hecha ya y de manera mucho más convincente, en solo 13 minutos, por la directora de teatro Jude Kelly: ser mujer y contar la historia de la humanidad.

¿Por qué las mujeres deben contar las historias de la humanidad? – Subtitulado

¿Qué tal pensar en tu voz como una voz con la importancia suficiente? ¿Empeñarnos en Seguir buscando más y más referentes femeninos a la hora de leer?.

Porque la verdad es que tengo ideas ridículas grabadas en la memoria y no vienen de los libros que leí, vienen de la premisa loca de que mi vida es un patrón comparable, que tengo un rol que cumplir, como si ya se supiera algo de mí antes siquiera de haberme plantado aquí a existir.

Necesitamos de un repertorio, de un fondo de armario, sí, pero uno colmado de historias. Historias iguales y diferentes a la tuya (y la mía), que nos ayuden a entender nuestros problemas como relevantes y nuestros deseos como dignos de esfuerzo y apreciación.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Se te viene a la mente alguna historia que te haya liberado de una idea preconcebida? Recomiéndame una aquí abajo.

María Elena y el feminismo

Esta es la historia de María Elena:

María Elena la que trabaja en casa de mi madre, que a pesar de no verme en muchos años todavía pregunta por mí.

¿Cómo está tu hija? La menor -dice. Trabaja en muchas otras casas, sin embargo y a pesar del calor extenuante de Maracaibo, todavía guarda la buena disposición de hacerle conversación mientras están en la cocina.

María Elena es guajira. Nunca le comenté que su nombre me parece lindo, ni tampoco pensé en preguntarle quién lo eligió para ella, a lo mejor me perdí de una historia bonita como su nombre, como su pelo.

Mi madre y María Elena, pasan mucho tiempo solas, ahora que yo me he ido, y son sus hijas las nuevas dueñas de toda la ropa que dejé en el armario, la ropa que se me olvidó que tenía y que nunca más necesité. Las cosas que, durante un tiempo, imagino que le causaron dolor a mi madre y que le recordarían que no fui frecuentemente, a hacer inventario de ellas. Que la situación del país no acompañó, supongo que la mayoría de las veces lo entendió y otras tantas solo le daría rabia, y mucha, mucha pena.

El caso es que, ellxs tienen esas cosas, lxs 9 de ellxs. Lxs 9 hijxs de Maria Elena, lxs que tuvo en una casa en la que la mayoría del tiempo no hubo suelo, solo arena. Mi madre la ayudó para la compra de los materiales hará unos tres años, pero sigue sin nevera, usan bolsas de hielo cuando pueden hacerse con ellas, para refrigerar la comida.

Aun así, son nueve más María Elena, más el marido que la preña, que va y viene porque tiene un trabajo lejos. Del 9no se quedó embarazada cuando ya yo no estaba, así que sé por mi madre que se lo contó sin querer contárselo, quizá avergonzada, con ojos llenos de lágrimas, de las que se empozan y que no llegan a rodar por la cara. La miró con desesperanza, la miró con desesperación, esa última también la siento yo.

Si me preguntasen por qué el feminismo, uno de mis primeros pensamientos sería que lo necesitamos por todas las que todavía no saben que lo necesitamos. Por María Elena.

Verdad es que un país donde existe la pobreza extrema, toda justicia nos queda distante, obviamente lejos de la realidad, pero lamentablemente, también lejos de la imaginación.  Creo importante igualmente, aunque el contexto desde donde me lees sea «más amable», recordar que no se trata solo de acceso a la educación. ¿Más bien de no normalizar la inequidad?  

Alguna conversación familiar se me viene a la mente donde hasta la más “progre” de mis tías afirma sobre alguna chica que “ya metió la pata”, acompañándolo de un “se jodió” definitivo. Porque lo cierto es, que el quedarse embarazada siempre ha sido un error femenino, una responsabilidad absolutamente monopolizada por nosotras.

¿Estamos ya a punto de monopolizar industrias en vez, amasando poder? Si cuentas cuántas presidentas existen… wake me up when September ends.

Me topé hace nada con estos carteles en un callejón de Gràcia y pensé en buscarla por internet, a Patricia, y me encontré con su blog modesto y sus versos astringentes. Además el título del blog “Esta boca necia” ya me ganó.

«Soy india» de Patricia Vergara Sánchez
«Soy india» de Patricia Vergara Sánchez

Da mucho en lo que pensar, ¿no es así?

Voy finalizando ya con el libro que estuve leyendo en enero; se titula «Eres una caca» de Lula Gómez. Nunca he tenido un libro como éste, de letras dibujadas, de ilustraciones tan orgánicas, como si me estuvieran entregando un borrador de libro pero ya terminado y genial. Es uno que realmente pinta con humor el machismo eeeh ¿eso se puede hacer?. Brinda un montón de bibliografia para expandir tus conocimientos sobre autoras feministas. De allí tomo esta frase:

«Gran parte de la comunidad de antropólogas coincide en que la caza de grandes animales no era exclusiva de los hombres. Analizando restos óseos de homínidos de los dos sexos, los antropólogos Mary C. Stiner y Steven L. Kuhn han descubierto cicatrices que sugieren una misma actividad física de lucha y de caza»

Lula Gómez

Entonces, debemos reconocer que Gerda Lerner tenía razón cuando decía:

«La ignorancia de su propia historia ha sido una de las principales formas de mantener a las mujeres subordinadas»

Gerda Lerner

Ya me gustaría que dentro de nuestra historia de mujeres no hubiese existido la necesidad de casarnos, de moldearnos para «retenerlos», pero el caso es que en esta particular dinámica, no nos ha tocado ser el premio, sino ser las contendientes y todo ésto, sigue teniendo sus consecuencias en nosotras.

Si crees que estoy exagerando, te dejo esta (mala) foto de la exhibición temporal de fútbol americano y cultura pop, en la biblioteca nacional de Washington D.C.:

Se lee: «hold’ em, GIRLS! The intelligent woman’s guide to men and football» NY, 1936
//
«Chicas, ¡reténganlos! la guía sobre los hombres y el fútbol para la mujer inteligente» NY, 1936



¿Mujer inteligente? me suena redundante.

Prosa Ojerosa

PD: no lo sé todo sobre el feminismo, probablemente no lo aprenda todo nunca, no fui siempre simpatizante y estoy segura que no lo ejerzo como a todxs gustaría pero sí quisiera que fuéramos las mujeres en mayúscula que siempre hemos venido a ser sin candidatura a esposa, con rasgos indígenas o sin ellos, con gordura o sin ella, siendo lesbiana, hetero o gustándote solo el mango con sal. ¿Algo de lo que escribí te hizo click? No me dejes en la oscuridad y dímelo. También hay unos botones mágicos justo aquí debajo que te envían esta entrada a whatsapp, al e-mail, o a donde quiera que desees compartir con otrxs que les gustaría leer ésto. Me ayudarías mucho.

PD2: Está bien, otro más de Lula Gómez.

PD3: Similar a la historia de María Elena, te dejo aquí el texto sobre Noris, que escribí hace algunos meses. Ambas historias reales.

La keratina y la raza

No es secreto para ninguna mujer que deseamos con frecuencia el pelo que no tenemos. Es decir, el pelo, esa fuente de orgullo o vergüenza que llevamos colgando de la cabeza. Ese otro item más que corresponde a la lista de cosas que deben ser de una determinada manera y no de otra.

Entonces, yo, con el pelo liso desde más o menos los 12 años, después de que se temiera fuera para toda mi vida una masa incontrolable (refiérase al anexo 1.a), causa de continua desdicha, o lo que es lo mismo esfuerzos (porque una ha de esforzarse ¿cierto?) para evitar la fealdad, fui en cambio “bendecida” con la suerte del pelo liso hasta la fecha.

Anexo 1.a. – Del archivo de la autora – algún momento entre 1986 y 1989

Porque en efecto, estoy diciendo en un tono sarcástico que, la razón de nuestra desdicha muchas veces es vanidosa y la vanidad, muy de un solo tipo.

Es el motivo por el cual, la primera y última vez que se me ocurrió hacerme un cambio “radical» en el color y la chica de siempre (porque con el pelo no se juega), se equivocara con el tono, llorase al salir, con mi marido al teléfono y le pidiera que me fuese a buscar en la estación de metro para que me hiciera sentir un poco mejor antes de ver a otras personas.

Entrecomillo la palabra radical, porque nunca he sido radical en cuanto al pelo y me pregunto por qué. Me importa si es demasiado corto, me importa si se ve de un tono poco natural, me importa.

Entrecomillo la palabra bendecida, porque ésta siempre va a depender de la raza de quien cuente la historia. En este caso, para una mujer latinoamericana, la última vez que me asomé, el tono de la piel (no demasiado moreno), el ancho de la nariz (perfilada), y la maleabilidad del pelo (al 100%), sin entrar en el tamaño de las tetas, es una historia con un final feliz.

Todo esto me lo recuerda la peluquería brasileña detrás de la parada de autobús que reza: «especialistas en alisado brasileño a base de keratina». Para ti, que estás poniendo cara de “esta palabra es nueva”, es probablemente porque eres demasiado blanca, o demasiado “bendecida”.

Pero el caso es que, viendo el documental de Chris Rock “Good hair”, me he dado cuenta de que, aunque la raza lo impida, los genes se interpongan, y la posición económica también, haremos lo que sea para llegar al nivel del constructo social, porque es un instinto natural de supervivencia el encajar. De allí, mi súplica, hagamos que encajar sea acorde con lo que ya somos.

Es que ¿nadie? quiere este pelo.

https://www.youtube.com/watch?v=sGcFBNDrluE
«Good Hair» documental / «comedia» que yo más bien catalogaría como tragi-shock-comedia – 2009

Nadie, aunque sea nuestro, parte de nuestra identidad, nos negamos y nos hacemos daño con sustancias como el azufre, en la keratina o el hidróxido de sodio, en el caso del «relaxer», pero, además lo inculcamos. Si es que piensas que no, explícame la razón por la cual al ver estas fotos, (anexo 1.b), lo primero en lo que pensé fue en la pinza de ropa que decía mi abuela que tenía que ponerse en la nariz para que fuera sí o sí, fina.

Anexo 1.b – de la exposición «Feminismos» , CCCB – Barcelona, 2019

O, para mayor cantidad de pruebas, mira el minuto 8:32 del vídeo que te dejo en la postadata.

¿Puede ser realmente que todo tenga que ver con convertirnos en lo que no somos todavía y en perseguir ideales inalcanzables a nivel físico? Puede ser, y me temo que aún me encuentro a quienes tengo que darles la primicia ya que siguen convencidxs que, por estar geográficamente ubicadxs en Europa, no se les da el racismo, como quien recibe una vacuna continental.

Quiero pensar que todo es tan simple y tan difícil como amar tu raza, la humana, la piel que es tuya, las características propias de ti, tanto como indica esta cita de Nina Simone: «To Me We Are The Most Beautiful Creatures In The Whole World, Black People. And I Mean That In Every Sense.»

Para mí somos las criaturas más bellas en el mundo entero, las personas negras, y me refiero, en todos los sentidos.

Nina Simone

Pero en verdad, lo único que quiero visualizar es que no necesitemos de un gran despertar espiritual de masas para llegar a la conclusión de que, no requerimos del alisado brasileño para estar bien arregladas, y de plano, no es nuestro deber estarlo. En cambio, la keratina como remedio antiracista es lo que nos está haciendo falta, y preguntarnos «¿Quién soy yo fuera de lo que la «blanquitud» me ha asignado? Es una pregunta que puede que nos libere»

Para finalizar, una utopía más que solo podemos hacer realidad, nosotras:

A comienzos de la primavera, un día como otro -no era un día dorado por una luz especial, ni había ocurrido nada trascendental, y quizá solo fuera que el tiempo, como a menudo ocurre, había transfigurado sus dudas-, se miró en el espejo, se hundió los dedos en el pelo, denso, esponjoso y magnífico, y no pudo imaginarlo de otra forma. Se enamoró de su pelo, así de sencillo.

Chimamanda Ngozi Adichie – «Americanah»

Prosa Ojerosa

PD: Si tienes el tiempo, no dejes de ver este documental, entero. Me ha hecho reflexionar muchísimo en lo que consideramos bello, y aunque no soy parte, evidentemente, de la cultura afro-americana no he podido evitar hacer paralelismos con toda la economía legal y sumergida que apoyamos las mujeres latinas fuera y dentro de nuestras fronteras para el secado de pelo en casa y como en ciertos casos es, inaceptable, presentarse sin este estilo en según qué evento social.

» Relaxed hair = nice hair » – Minuto 8:32 (inglés)

«Las ídolas» no existen y los adjetivos se prohiben

Hablaba con otra librana, sí, del signo libra.

(Media audiencia cierra la publicación)

No, espera, no te vayas. No voy a hablar de astrología porque sé más bien nada. Decía que hablaba con ella, con quien comparto mes de cumpleaños, y comentábamos lo curioso que es que, no podíamos recordar alguna otra “librana” que nos cayera del todo mal.

Entonces, sin que fuera ese el plan, comencé a hacer autocrítica afirmando que en el fondo quizá lo que sucede es que somos un poco “queda bien” y digo un poco, por no generalizar. Me explico, en la dichosa búsqueda de la balanza tendemos a posicionarnos tan “equilibradamente” que, terminamos expresando una no-opinión y sí, claro, puede ser que, quedándonos con la simpatía de todos los participantes de la conversación, pero también con el riesgo de pasar más desapercibidas o sin querer, cediendo donde no hemos pretendido hacerlo.

Pues resulta que, he leído esta semana que no estamos del todo erradas en usar esta estrategia, puesto que según indican las evidencias:

“Los hechos no nos hacen cambiar de opinión, la amistad sí”.

Esto lo he tomado del artículo de James Clear “Por qué los hechos no cambian nuestra opinión” y solo voy a decir al margen de todo, lo más objetivamente posible, que estoy completamente obsesionada con su contenido y cada vez que le leo, siento que bebo sabiduría.

Y aunque todo ese artículo hace “click” y entiendo cerebralmente las razones por las cuales queremos encajar, ser parte de una «tribu», etc., no puedo evitar pensar que por ser como soy, y por otras que sean como yo, hay menos ídolos femeninas en esta vida.

(Onomatopeya de frenazo de llanta sobre el asfalto)

Amigxs, la palabra ídola no pertenece a la lengua formalmente, sigue siendo un sustantivo epiceno y por tanto, así nos quedamos. Con los ídolos, las víctimas, los búhos, las iguanas, el cónyuge, la persona, la musa y el genio.

A raíz de ésto, quería mencionar que tengo aquí a mi lado, un libro de bolsillo de 83 páginas que Belén Gopegui titula «Ella pisó la luna, ellas pisaron la luna», el cual en realidad está conformado por el texto de una conferencia. Dicho ‘librito’ que de pequeño solo tiene el tamaño porque la idea que encierra me parece enorme, necesaria y estremecedora, es la historia no escrita de todas las mujeres de nuestras vidas que debemos en cambio, indagar.

«Sabemos que hay quien piensa que las palabras no son importantes (…). Y el hecho es que la palabra hombre puede ser genérica y puede no serlo, mientras que hay expresiones que siempre lo son. Y que para decir humanidad se utiliza la expresión mankind, algo así como la especie del hombre. El hecho es, también, que aun cuando fueron hombres quienes pusieron los pies en la Luna, esos hombres forman parte de un tejido inextricable de seres, y sin el lenguaje que les enseñaron, y sin las personas que los alimentaron, abrazaron o hicieron cálculos en una mesa, no hubieran llegado a ninguna parte (…). Tal vez en la próxima placa seamos capaces de contárselo a las civilizaciones extraterrestres que acaso no existan.»

Belén Gopegui

Y continúa, ya casi hacia al final:

«Ninguna justificación hace falta, desde luego, para decir «mis madres» en lugar de «mis padres». Ninguna voluntad, tampoco de esconder a los padres, como antes no la había, de esconder a las madres. Se trata de que las palabras ayuden a ver lo que hay en lo que hay, cuando eso sigue siendo, todavía, menos visible. Quizá tras el conocimiento de esta y tantas otras vidas, podamos no solo usar a veces la expresión «mis madres», sino que hacerlo no resulte chocante, ni siquiera militante».

Belén Gopegui

Los adjetivos prohibidos

Es así como la ‘equilibrada’ persona que soy, y que visto para ir al trabajo todos los días, siempre se cuida de las palabras que utiliza, cómo las utiliza, intenta no ser confrontativa, pesada, ni tampoco parecer histérica ante ninguna situación, ¡que los ángeles te amparen de ser radical, o imparcial!. No.

Dudo que callándonos y siendo del todo sutiles o ecuánimes, logremos hacer mella. Si borro todo lo que he dicho en los párrafos de arriba para buscar aprobación, probablemente acabe recopilando mucho de esta pero a expensas de diluir el mensaje.

Te propongo un ejercicio: cada vez que te encuentres odiando a un personaje femenino de la realidad o ficción, pregúntate cuál de los anteriores adjetivos prohibidos la describe.

Por ejemplo, se dice del director de la película «El Diablo viste de Prada» y del famoso personaje de esa película, Miranda Priestly que, él no quería tomar el trabajo de rodar y trasladarla a la pantalla grande porque en muchos escenarios del libro se terminaba «castigando» o «humillando» al personaje cuando en verdad debemos agradecer la excelencia. Alguna vez te has preguntado:

«Why do the excellent people have to be nice?»

«¿Por qué la gente excelente tiene que ser agradable?» – David Frankel

Y la verdad es que,

«Nadie nos dijo nunca [a las mujeres] que tendríamos que estudiar nuestras vidas como si fueran historia natural o música»

Adrienne Rich

Mucho me temo en ese caso, que si continuamos de discreción en discreción, con disimulo y tan neutral juicio, es una afirmación que nosotras mismas estamos prolongando en el tiempo.

Mucho me temo que yo, que estuve a punto de no escribir nada de esto, por no querer parecer, insinuar, molestar, lo publico y tal vez un día no vaya contra «mi naturaleza» hacerlo. Todo por que esté flotando una pregunta en segundo plano que diga ¿quién soy yo para…? porque de eso se trata, de ser.

PROSA OJEROSA

PD: ¿Quiénes son tus personajes femeninos odiosos / rompedores favoritos? Se me ocurren así de entrada… Lady Macbeth, Cersei Lannister, «La novia» de Kill Bill.

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