La inocuidad de ser visible

Sombra extendida por el sol

“Todxs piensan que pueden ser mejor Kardashian que las propias Kardashians. Ahora lo ves, con estas apps, a todxs les encanta tener una audiencia. Todxs piensan que merecen una.” 

~Jia Tolentino, Falso espejo 

 

Cada persona allí fuera, tiene probablemente una idea diferente acerca del consumo de historias en Instagram; por ejemplo, habrá quien considera el círculo morado algo de consulta obligatoria, similar a las notificaciones del correo en números rojos, algo que debe ser “limpiado” al final del día. Habrá quien pase las historias despiadadamente con movimiento ágil del dedo pulgar y quien, por el contrario, sea capaz hasta de sacar del fondo del bolso los audífonos enredados para escuchar esto.

 

Lo anterior, como consumidorxs de historias, ahora, como generadorxs, lo que sí puedo afirmar con certeza, es que a toda persona que se pase por aquí para tener una “presencia online”, se le aconseja mostrar su cara. Y eso también suscita en emisorxs y receptorxs del mensaje variadas opiniones y reacciones. 

 

He hablado con algunas emprendedoras digitales que lo tienen claro, es un no rotundo. Consideran que el mundo les hace una solicitud en extremo exigente y mezquina: la renuncia a su introversión a cambio de visibilidad y una posible monetización, que no sabremos nunca si realmente compensa.

 

¿Hasta qué punto renunciar a un rasgo de la personalidad es inofensivo? ¿Dónde está la frontera que una vez atravesada termina por desdibujarnos? Eso es la introversión, un rasgo de la personalidad, uno que nadie celebra.

De eso hablé más aquí.

 

En mi caso particular, el dilema de grabar videos en internet (sean efímeros o no) choca con algunos aspectos que van más allá del espectro de mi gusto personal. Estos aspectos no son pocos ni son fáciles de sortear, algunos que se me vienen a la mente ahora son:

 

1) Hablar lento se convierte en un problema. Y puede que este problema sea uno antiguo para ti, con el que has convivido desde que eras pequeñx y tenías que intervenir en clase, puede que, siempre te haya costado saber cuándo es el momento para interrumpir la verborrea de un interlocutor extenuante. Entonces, hablar en intervalos de quince segundos nos pone ante la necesidad de elaborar un mensaje eficiente. Lo que perdemos son los matices de una conversación, porque no estamos aspirando a conversar, estamos aspirando a ser escuchadxs ¿cierto?

 

2) Nos expone a nuestro reflejo adulterable, revisable, juzgable: ¿qué sabemos sobre conocer nuestro rostro a través de la cámara delantera de un teléfono y acostumbrarnos a que esa es nuestra apariencia?

 

3) Significa creernos a cada momento dignxs de abarcar ese espacio en el tiempo ajeno, reclamarlo, en el caso de las historias, frecuentemente. Y es con este último punto, con el cual tengo más conflicto, porque no puedo matizar como lo he hecho durante todo este texto, porque a pesar de todas las invasiones de Bezos y Zuckerberg sigo encontrando maneras, con mucho esfuerzo, de proteger mi tiempo y ¿no es injusto seguir pidiendo más del tuyo?

 

4) Implica tomarnos mucho más en serio de lo que a veces me gustaría; nuestro estilo de vida, “nuestra estética”, nuestro consumo:

 

“Incluso hoy, cuarenta años después, aquello le recordó a Belcebú, el primer coche de Marjorie, que compró por veinticinco libras en los años treinta. «¿Seguirían los jóvenes poniéndoles nombres graciosos a sus viejos vehículos?» se preguntó Letty. El sector del automóvil se había convertido en un asunto mucho más serio, poco tenía de divertido, ahora que el coche era un importante símbolo de estatus y podían pagarse grandes sumas de dinero por números de matrícula especialmente codiciados.” 

~Barbara Pym, Cuarteto de otoño

 

Pienso que este es un buen momento para interrumpir mi monólogo, uno mejor para agradecerte haber gastado unos minutos recorriendo estos párrafos con los ojos, y todavía óptimo para preguntarte ¿qué otras sutilezas vas echando de menos? ¿Sigues poniéndole nombres a tus objetos?

 

Prosa Ojerosa

 

 


 

 

 

 

¿Por qué da miedo escribir?

Silla metálica y mesa con mantel artesanal en una cocina

Escribir da miedo porque desenreda los nudos de la cabeza, los espaguetis que con elegancia llamamos sesos, se vuelven menos enrevesados y entretejidos, y se despejan caminos que luego hay que transitar, porque como sucede con todo lo visto, nunca se puede «desver».

Da miedo también porque hacerlo es enfrentarse a un deseo que se alcanza de a poco, como recoger setas cuando apenas ha llovido, y que inclusive tras haber acumulado lo que pareciese un buen abasto de palabras, en un momento dado, puede sentirse similar al aire que atajas cuando intentas pillar una imagen 3D con las gafas puestas. Es un acto de fe que requiere mucha de esta última, y que te enfrenta todo el tiempo a la pregunta para qué.

Para qué estoy haciendo esto, quién necesita más opiniones en el mundo, por qué creo que mi voz es importante. Es como dice Kathy, el personaje de la novela “Crudo” de Olivia Laing (el último libro que abandoné):

“Todo era siempre lo mismo, era el mundo hablando. No tenía sentido odiarlo, o sí, lo odiabas, pero hacerlo era más de lo mismo, sumar otra vocecilla petulante a un coro indecentemente multiplicado.”

La verdad es que sí abandono libros, a veces con la convicción de que volveré a ellos o como en este caso, con la certeza de que volveré a la autora. Pero eso no es importante en este momento.


Cuando nos preguntamos, o en este caso, cuando me pregunto para qué escribir, se me parece demasiado a otras preguntas que quizá parezcan igual de absurdas: para qué ver una película, para qué ir a un concierto, para qué tener esta conversación. Y si me instas a responder: para experimentar el proceso.


Para, como dice Patti Smith, rescatar un pensamiento fugaz del peine del viento.
O más mundanamente, para apuntarlo antes de que se vaya. Antes de que se diluya en el tamiz más rápido del mundo. Poseer esto o aquello. Aunque esto o aquello sea “solo” una idea, y ni siquiera termine por ser tuya en realidad.

Por la satisfacción de la purga verborreica. El proceso de observar, hacer de cualquiera un personaje.

Para admirar una cosa, o un par, o un millón.
.
“Porque el mundo parece tan feo y entonces, hay belleza. ¿No es eso de lo que siempre escribo? De la belleza en la fealdad” ~Gayle Forman

La verdad es que como abandono libros a la mitad, a veces me abandono un poco a mí misma y dejo de escribir porque no hay un objetivo claro de márketing detrás, una acción de venta, vaya, ni siquiera una de intención de tráfico o visibilidad. La verdad es que…

“Todo es muy simple mucho 

más simple y sin embargo

aún así hay momentos

en que es demasiado para mí

en que no entiendo

y no sé si reírme a carcajadas

o si llorar de miedo

o estarme aquí sin llanto

sin risas

en silencio

asumiendo mi vida

mi tránsito

mi tiempo”

Idea Vilariño

La verdad es que sí da miedo, cuando te leen y cuando no te lee nadie.

¿Estás ahí?

¡Buh!

Prosa Ojerosa


En un carrito de supermercado

La imagen propia. Tiene tal vez muy poco de propia, es algo que me resulta fascinante puesto que, tal y como nuestra personalidad, habrá tantas percepciones de ella como personas lleguen a vernos/conocernos.

No hay motivo para ocultar que he hablado de este tema aquí más de una vez y de diferentes formas, pero cuya necesidad de mencionarlo nuevamente me visita con frecuencia, supongo que por la incesante exposición a la imagen, en general, en la que nadamos día con día.

En esta publicación antigua de instagram por ejemplo, comento precisamente la manera natural en la que internalizamos conceptos como «el lado malo» de nuestras caras, integrándolo en la vida diaria de forma intrascendente, como si fuera (como dicen algunxs) moco de pavo.

yo la primera vez que escuché la expresión

Silvina Ocampo lo dice mucho más magistralmente en «la cara apócrifa» de 1972:

«Nadie sabe cuánto me esforcé por imaginarla preciosa (…)
la corregí en vano, minuciosamente juntándole las cejas
agregándole lágrimas
adornándola con levísima sonrisa
tirándole la lengua para volverla graciosa
mordiéndole los labios para volverla misteriosa.(…)
No quiero más fotografías de esa cara
que no es la misma cara que estaba dentro de una cuchara, ni en el cuchillo, ni en el aljibe,
ni siquiera en el espejo.»

«Amarillo Celeste» ~ Silvina Ocampo

Creo que más de unx la entendemos, a Silvina, quienes a veces todavía tengamos que pelearnos con el tono peyorativo de nuestros pensamientos al vernos retratadxs, esperar a tu amiga que se quiere poner del otro lado y «meter» la barriga, detenernos para no rechazar una oportunidad de quedar en el recuerdo aun sabiéndonos toda la teoría, o por el contrario, quienes juran sanar a base de selfies a mansalva.

Y no es hasta hace unos días, mientras estuve viendo el documental «The B Side» sobre Elsa Dorfman, que no volví a pensar en lo que sería sentir una necesidad visceral por documentar (en este caso fotográficamente) que superara con creces la vanidad, ¿qué saldría de crear así de libre?, por buscar ser alguien además de esposa cuando era «todo» lo que se te pedía, en amar tanto tu proceso creativo como para hacerlo por décadas aunque caducasen todas las tecnologías alrededor del mismo y quebrasen las empresas proveedoras.

Soy una profesional de la nostalgia, ya te habrás dado cuenta, y a veces de asuntos que no he experimentado ni siquiera en mis carnes, si me permites la incoherencia. Un ejemplo claro de esto: ¿revelar fotografías en un cuarto oscuro con una bombilla roja? nostalgia a la potencia.

«También me decía que siempre hay que escribir en contra de algo; un defecto propio o una falla del cuento, y ahora supongo que también me quiso decir que la conciencia plena de una falla es lo único que permite disimularla y remontar esa corriente adversa, que muchas veces también es una característica del género específico que estamos intentado escribir. Uno tiene que ser su propio antídoto, me decía Silvina a veces»

«La hermana menor» ~ Mariana Enríquez

¿Estoy haciendo un buen trabajo en ser mi propio antídoto? depende del día en que se me pregunte.

En todo caso, volviendo al convencimiento y «ovarios» que se requieren para hacer de «tu arte» algo que te alimente, no he encontrado en mucho tiempo algo que visualmente me inspire más que esta foto de Elsa vendiendo sus fotografías dentro de un carrito de supermercado alquilado, en el estacionamiento del mismo, a dos dólares la pieza.

feliz día de las emprendedoras

Te la dedico para que, sea cual sea la fuente de su entereza, sepas que si ella la reunió para pararse allí, tú también puedes creerte hoy un poco más dueña de tus talentos. Y aunque acabo de buscar fortaleza en el diccionario de sinónimos y salía «hombría», tengas constancia en film de que también nos podemos definir así.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Qué tengo que hacer para que veas el documental? No puedo recalcarlo más. Así como leer a las dos autoas argentinas de las que hablé aquí. <3

Chau nº tres fue mi primera despedida

Todo el tiempo están ocurriendo.

Ocurren todos los días. Las despedidas.

Les tengo miedo desde que mi país natal empezó a ser un colador de pasta con los agujeros cada vez más dilatados.

Antes no, las despedidas eran, solo tan malas para el cuerpo como las que narra Andrea Abreu López en “Panza de burro” al apartarse de Isora. Ahora son más permanentes y definitivas, capaz de hacerte llorar por un video de cumpleaños dedicado a un señor que no conoces, familiar de alguien que sigues en Instagram.

Actualmente, las despedidas hacen callo, se te vuelve la piel más áspera, como si hubieses trabajado los campos, pero en verdad viene a ser una capa protectora ante la separación, que es el único desenlace posible unos días después de la llegada.

Te despides y hay quienes te entienden más y quienes te entienden menos, porque solo lo pueden ver desde el punto único del que tiene toda la vida y sus integrantes, en un solo lugar geográfico.

Lo que yo quería decirles, cuando me alejaba en la bicicleta, y a la mañana siguiente, y todas las mañanas, es lo que quiero decirte a ti ahora: “Lo siento.” Siento que aún tuviera que pasar mucho tiempo para que volvieran a ver a sus seres queridos, que algunos no lograran regresar con vida a través de la frontera del desierto, víctimas de la deshidratación, de que los capturaran o asesinaran los cárteles de la droga o las milicias de ultraderecha del crack en Texas y Arizona. “Lo siento.” Eso querría decirles.

Ocean Vuong ~ «En la Tierra somos fugazmente grandiosos»

Voy por la mitad de este libro que me está rompiendo el corazón y curándome los raspones al unísono, usando agua con azúcar, como la que me dio mi mamá la vez que decidí “afeitarme” la cara con la maquinilla de mi hermana mayor y bajé a la fiesta de mis tíos fingiendo total serenidad, a la vez que presentaba varias cortadas autoinfligidas en la boca.

En ese tiempo, mi estatura me permitía alcanzar ya, casi todos los peligros y, además, a diferencia de hoy en día, contaba chistes a petición del público. Los chistes no me los copiaba de nadie, me los inventaba yo misma; los contaba entre sorprendida y satisfecha de que funcionaran tan bien en mi audiencia -parece ser que la gente grande es un poco tonta, al fin y al cabo-.

Adelantando la película al día de hoy, me percato de que, a cada rato, me despido de quienquiera que fui.

Hago las paces también con lo que no soy, constantemente.

No soy Midge, (The Marvelous Mrs. Maisel) en la escena donde todos la conocen en el diner, saben de su vida, le conceden la mejor mesa o saben lo que va a tomar antes de que haga la orden. No soy Midge porque ya no me invento chistes, ni me acuerdo de los que otras personas me cuentan.

Tampoco soy ella cuando me he creído poco memorable desde que Adriana, para muchxs es el mismo nombre que Ariadna o Andrea y me falla el impulso de corregirlxs.

No me parezco a ese personaje porque soy bastante mala para lo que los gringos llaman “small talk” y aunque en unas cuantas oportunidades, mi madre quiso advertírmelo bajo la frase “no seas como yo” y quiso que supiera las desventajas de serlo en un mundo donde se valora tanto la extroversión, es que —¿la verdad?—soy bastante como ella.

Me despido de ser yo la que cuida bien las plantas cuando lo que soy es una asesina impune y una vez lo acepto, eso me deja más espacio para ser la que las admira y fotografía, en el imperfecto balance entre lo que quiero ser y lo que puedo dejar que otrxs sean, entre lo que de verdad quiero aprender y lo que puedo consentir que no sea parte de mi identidad.

Cuando el deseo insista, me quiero creer capaz así:

ciegamente

Cuando el deseo no esté, quiero escucharme atenta y me quiero capaz de cambiar, ágil. Cambiar de parecer, mudar de narrativa mental. Si me despido, que sea de mí.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Quién NO eres y está bien decirle ‘chau’?

Las desapercibidas y lo que aprendí de ellas

Señoras de mercado

La verdad sea dicha.

Para empezar a escribir esta entrada, tuve que antes pasarme por YouTube en la búsqueda de alguna conferencia, o material que me sacara del fondo de la concha de caracol donde a veces quiero meterme para habitar por periodos imprecisos de tiempo.

No sé si a veces te pasa que, tras exponerte mucho, por ejemplo; hacer presentaciones, ir a eventos sociales, publicar textos online, tener una entrevista de trabajo, hacer vídeos con tu cara, mostrar tu trabajo, etc., te llegas a sentir como que te han cobrado impuestos sobre un trozo de ti mismx y te encuentras un tanto saturadx, con ganas de ausentarte y dejar un cartel en la puerta que diga ‘regreso en 5’, estoy en la tienda’.

“Nuestra cultura hizo de vivir como extrovertidos, una virtud. Desalentamos el viaje interior, la búsqueda de un centro. Entonces, perdimos el nuestro y tenemos que encontrarlo otra vez»

Our culture made a virtue of living only as extroverts. We discouraged the inner journey, the quest for a center. So we lost our center and have to find it again.” Anaïs Nin

Y es esa frase de Anaïs Nin que me recuerda a las facetas de ti que ‘nunca’ deben ser, que son un ‘error’ auditado, estandarizado de manera unánime.

Ser aburridx

Frecuentemente confundido con ser calladx, esta faceta me atormentó durante mucho tiempo y aún a veces sale de paseo.

Se remonta a siglos atrás, esta declaración (o sentencia, como quieras verlo) sobre la importancia de una buena (o lo que es lo mismo, elocuente) conversación, para ser, sin más, una buena compañía. El más claro ejemplo de la conversación como valor, pueden representarlo las geishas en los siglos XVIII al XIX.

Lo cierto es que, quien me conoce sabe, que tengo mucho que decir y aunque tenga grandes pensamientos, muchos de ellos empezarán y terminarán en mi cabeza, sin ser nombrados, o sin voz. Por tanto, asumiendo el riesgo invariable de ser más fácilmente olvidada dentro de un grupo de personas, o ser la segunda opción, para una llamada telefónica a un plan improvisado.

Esto es real, y es un sentimiento por lo demás evidente, cuando tu pareja es opuesta en ese sentido, teniendo siempre a mano buenas salidas e historias. Lo recuerdan en restaurantes que hemos visitado, y su presencia lo hace todo más ameno. No lo digo porque yo pueda ser objetiva, en este caso.

Sin embargo, aprendí que, si como yo, pasas por aburridx, tienes el potencial superpoder de escuchar como nadie. De recordar eventos, frases y detalles que te han contado meses después de que lo hayan mencionado, y armar teorías, conclusiones y guías del “cómo”, de parte del emisor del mensaje.

Sé también que tu elocuencia puede que no sea rápida, pero es elaborada y es importante.

Puede que algunxs no te consideren la mejor compañía, pero es por eso que el meollo del asunto está en ser la mejor, para tí mismx.

Quizá sea fácil para mí decirlo porque siempre se me dió bien jugar sola, (dicho por mi propia madre, que todavía comenta lo complicado que era convencerme para salir de casa). Y puede ser también que, el silencio nunca me asustó y me he sentido continuamente aliviada por los libros con márgenes gordos, con bastante espacio en blanco, con ‘aire’ de por medio. Como el de la foto:

Ser insegurx

El gran no. Debemos dominar temas y no conforme con eso, reflejarlo.

Virginia Woolf logra expresar la inseguridad con belleza (como siempre), en “Las olas”:

“Susan y Jinny tienen cara; (…) dicen sí, dicen no; pero yo oscilo y cambio, y en menos de un segundo me vuelvo transparente. Cuando se cruzan con una criada, ella las mira sin reírse. Pero se ríe de mí. Ellas saben qué decir cuando alguien les habla. Se ríen de verdad; se enojan de verdad; mientras yo he de mirar primero y hacer lo que hacen los demás cuando ya lo han hecho.”

Virginia Woolf – Las olas

Entonces se me viene a la mente, sobre todo en el mundo del emprendimiento o «profesional», el yunque invisible que vamos arrastrando de tener que ser expertxs, con el peso añadido de la crítica interior.

“Cuando dejamos huérfanas a las partes de nosotrxs que no encajan en lo que se supone que es el ideal, solo dejamos al crítico.”

Brené Brown

La lista de asuntos sobre los que tengo inseguridades es larga: dudo, me pregunto y temo parecer. Pero creo que en ésto, somos mayoría encerradxs en una escena, donde todos interpretamos un papel en una parodia para «gente normal», cuando en verdad, la gente normal tiene inseguridades.

Lo que aprendí de la inseguridad es que mientras las dudas no sean lo suficientemente gruesas para prevenirte de la acción, en mi opinión, nos mantendrán en un balance sano donde corregimos la sal y evitamos que nuestros platos salgan incomibles, llenos de una guarnición pomposa y repelente. Sabrosos para quien sepa apreciarlos y quizá para otros no tanto.

Mientras me llamen «discreta» como murmurando un pequeño, barra, minúsculo defectillo, tal vez nunca llegue a tener la visibilidad que se nos exige hoy en día para vender productos y servicios, pero estaré desempeñando el rol que me sale mejor, el que mejor sé hacer. El de yo.

¿Qué aprendiste tú de las desapercibidas?

Prosa Ojerosa

PD: Esta es la conferencia de Brené Brown que me animó a escribir esta entrada a pesar de que mi crítica interna me estaba hablando por megafonía. Lo siento, está en inglés 🙁

Demás está decir que si no conoces aún a Brené Brown, es una fuente de sabiduría y no debes perder más el tiempo antes de ver sus conferencias. Las que ha hecho para TED, están subtituladas. Hazte el favor de no postergar ésto. Si cuentas con Netflix, también puedes ver otra de sus conferencias allí, traducida con el título «Sé Valiente». ¡TOP!

No estás sola

Ahora que ya la sincronicidad de la música no es casi nunca compartida, ahora que cuesta mucho más el coincidir en lo que sea que estemos haciendo, justo estoy pensando en ti.

También es ahora, cuando nos hemos apoderado del audio y pudiera, en la mesa de mi casa, crear un programa y entrevistar a alguien que no me conoce de nada.

Ya no te puedes despertar alteradx por la voz de la radio que te indica que el tiempo se ha saltado unos años como en “Regreso al futuro”, porque en la actualidad nos levantamos mediante alarmas de sonidos de la naturaleza o de luz gradual.

Tampoco te puedo dedicar una canción como lo hizo Ross con Rachel en su primera pelea, ¿te habías percatado de que estamos llegando al final de ese gesto romántico?

Dicho sea de paso, una aprendiz de bruja de 13 años, ya no le pediría a su padre como único recuerdo antes de marcharse, que le regalase su radio portátil, porque está claro, no es el último iphone X plus pro advanced.

Las películas de Miyazaki en Netflix

Las casualidades se vuelven más escasas.

Desde que la radio no representa lo que representaba, y los podcasts tomaron el mundo, es más difícil que estemos escuchando la misma canción en este exacto momento, sin embargo, no estás solx, nos une este espacio. Me resulta entre curioso y exquisito, que, aunque algunxs den por muertos a los blogs, una de mis letras te haya hecho brincar a la otra, como cruzando un lago paso a paso a través de piedras que se tambalean y ahora, nos encontremos aquí enredadxs al final de esta línea. Quizá con los calcetines algo mojados, pero a salvo.

Estás a salvo.

Si has podido observar algo de mí, a lo mejor ya te has dado cuenta de que a veces me entra la melancolía por las cosas a la vieja usanza, por el movimiento que ahora resulta tan casero, de una cámara sin trípode al inicio de una película de 1938.

O, por el recuerdo de la tecla «REc » que, siempre me va a traer a la memoria, cuando teniendo pocos años, mi primo y yo, nos apurábamos a grabar en cassette si daban Bohemian Rhapsody y hacíamos servir cualquier objeto de micrófono, para darle fuerte a los coros.

Y es por eso que rescato de la nostalgia, una novela tal vez mediocre, tal vez hermosa, que transcurre en la riviera italiana, con guiños al viejo Hollywood. Yo lo escogí en un aeropuerto por la portada, en eso, no te miento:

“Las palabras y las emociones son simples monedas. Si las inflamos, pierden valor, como el dinero. Comienzan a no significar nada. Usa “bello” para describir un bocadillo y la palabra no significa nada. Desde la guerra, no hay más espacio para el lenguaje pomposo. Las palabras y los sentimientos son pequeños ahora- claros y precisos. Humildes, como los sueños”

Jess Walter – Beautiful Ruins

Del mismo modo, puede que por esta rapidez con la que solemos hacer ‘click’ en pantallas, y asumir y asumir información, haya tenido un impulso de comprar el primer libro escrito por un monje que me he leído en mi vida. “El arte de vivir con sencillez”, que me hizo pensar en algo de una forma en la que nunca lo había hecho antes:

“La felicidad que surge de tomarnos nuestro tiempo: imagina que vas al bosque a buscar leña. Con la leña enciendes una hoguera y pones a hervir el agua. Mientras vas moliendo los granos de café, levantas los ojos al cielo y dices: ¡Qué día tan hermoso! (…)

La vida requiere tiempo y esfuerzo. Por decirlo de otro modo, si eliminamos el tiempo y el esfuerzo, eliminaremos los placeres de la vida.”

Shunmyo Masuno

Pero, ¿qué me dices de aquello de disfrutar con el paladar y la lengua?

“Todos nuestros alimentos pasan por las manos de un centenar de personas antes de llegar a nosotros. (…) ¿Por qué nos agradan tanto las cosas deliciosas? Porque la vida que hay en nosotros saborea lo que ha sido cultivado por la vida que hay en otro.”

Shunmyo Masuno

En conjunto, me lleva a la idea de oír e indiscutiblemente a amar el cuerpo que nos permite dicho disfrute, y la buena noticia es que Cara Cifelli tiene un podcast para cubrir esa necesidad: “Love your bod pod” (en inglés). Pero si el inglés no se te da, no hay razón para la angustia, aquí te dejo esta otra entrada con dos podcasts para ambientar y una última, sobre la mal llamada «resignación» de abandonar la cultura de la dieta, con un podcast más que nunca fallo en escuchar.

Antes de irme, mientras pasan esos minutos que ya no te hacen falta para sintonizar la emisora que nos ubicaría en la misma frecuencia, ese tiempo que se resume en un ‘tap here’ y en un deslizar hacia arriba, exclamo como Julio Verne lo hizo en 20.000 leguas de viaje submarino:

¡Solo pido vivir cien años más para acordarme de ti por más tiempo!

No estás solx, con un poco de suerte, estamos en la misma página pero tardaremos en descubrirlo, la guardarás en un compartimiento interior hasta que una de sus líneas te haya cambiado lo suficiente y en un asentir, en un mismo movimiento, advirtamos, que tu conflicto no es tan único y que en verdad, siempre he estado aquí.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Me recomendarías un podcast para la audio-melancolía?

Los 3 actos de un ‘flashmob’ que salvó el planeta

PRIMER ACTO: Eres visionarix

Tengo que admitir que la semana pasada he buscado escapar, para eso, he estado visualizando «un mundo ideal».

Tan sólo imagina. Un mundo donde el estado de madurez perfecta de los aguacates no es de horas, sino de semanas.

Es el mismo mundo donde, no quedamos a las horas en punto, sino que nos citamos para vernos a las 10:03 y así, estoy convencida, apreciaríamos más nuestros propios minutos y los ajenos.

También, en los autobuses de este mundo hipotético, en el momento en que lxs chicxs jóvenes ofrecen su silla a las personas mayores, todo se detiene y comienza un flash mob de gran calibre. Palmas, canción, baile, movimientos en secuencia, todo alrededor de la persona amable y civilizada.

Además, no existe aquel concepto de que las rayas te hacen más ancha, porque ser ancha no es un problema per sé. Así como tampoco lo es la pierna poco estilizada para “obligarte” a llevar tacón en el mundo empresarial. Con lo cual, estás yendo a trabajar en una camiseta de rayas blancas y negras, con zapatos cómodos a la par que “profesionales” y un perfume que yo compraría sin duda, por ser uno de mis olores favoritos en el mundo: fragancia de pan recién horneado.

A mi parecer, la proporción de trabajo versus placer está un poco desbalanceada en el mundo actual, por lo que, en el ficticio, las 8 horas diarias son algo del pasado. Y lo de lunes a viernes, también se está revisando. ¿Alguna propuesta?

Como leí en esta publicación de Cristina Bou Ponce:

“…Vuelvo en un rato, cuando haya hecho otras ocho horas en otro sitio haciendo cualquier otra cosa.

Vuelvo en un rato, cuando no haya tenido que ser cabal y adulta, cuando haya gritado y bailado de nuevo en la noche, y desconocido el amanecer…”

SEGUNDO ACTO: Eres suficiente

A fin de cuentas, es <cambiar el mundo>, la frase que ha hecho bien y mal a partes iguales. Agobiante tarea nada más empezar, y me remito a lo que nos enseñaron en el colegio, un objetivo principal no puede conseguirse sin objetivos específicos.

Pero sigues obviando que el proyecto no es “el mundo”, partiendo del todo. Tenemos que abordarlo quizás mediante su división en diferentes áreas que deseamos cambiar, pero, ¿cuántos somos? ¿con quién contamos para comenzar esta labor?

Oleadas de tristeza y desesperación te visitan cuando ves que siguen ocurriendo incendios, inundaciones, consumo desmesurado de plástico, muerte de ecosistemas, desigualdad, falsos sistemas de creencia de superioridad racial o de género, etc., pero sobre todo indiferencia.

No soy perfecta, me digo, ¿quién soy para creerme activista de algo? No tengo suficiente conocimiento para opinar, yo también contribuyo a la destrucción del planeta, ¿soy indiferente?, o ¿qué es peor? ¿soy sólo una activista de hashtag?.

En el caso de no encontrar punto de partida, me parece que Sara Caballería lo supo decir muy bien en esta publicación, confía en que eres más importante de lo que piensas.

Me hizo recordar a las mujeres que preparan ollas grandes de comida en barrios de extrema pobreza en Latinoamérica para repartir a cambio de nada. ¿Se paran a pensar en si están cambiando el mundo? No lo creo. ¿Lo están cambiando entero? No, pero sí a su escala.

Pienso en el trabajo de Women’s Environmental Network (WEN) quienes educan a mujeres y hombres en las zonas más desfavorecidas de Londres para ayudarles a recuperar el acceso a su propia alimentación y al cultivo de sus propios alimentos, así como también lideran campañas en pro de la menstruación sin plástico.

Supongo que todo esto puede resultarte muy local, y ya ni te digo el hecho de que yo, ya no use bolsas plásticas para llevarme la fruta ni tampoco compre tampones, esto no cambia nada, pero la chica de la caja del Caprabo nunca había visto que compraran frutas en bolsas de tela y ahora sí. .

Y, este señor que trabajaba conduciendo un camión de basura ¿se detuvo a pensar si revolucionaba el mundo? No lo parece, por lo que dice, era consciente de que había muchos niños sin acceso a libros a su alrededor y se puso en acción.

Acción. Qué palabra más corta, ojalá fuera tan rápida de ejecutar como de pronunciar. Lo digo yo, la reina del Netflix y la lectura de sofá.

TERCER Y ÚLTIMO ACTO: Eres sentimiento

Podría escribir una distopía con todos los escenarios negativos, con todos los sucesos que ya no son ciencia ficción y están pasando en tiempo presente, pero creo que construyo más, si apunto la luz hacia lo que podemos hacer como individuos que señalando todos los males que ocasionamos como raza humana.

Si como en este flash mob en Sabadell, cada quien va uniéndose a hacer “lo suyo” para terminar contagiando a otros, también tenemos que aceptar que, dentro de esos otros, esté la iniciadora, que deja la moneda, que estén los más lanzados que imitan los brazos del director, los que participen bailando o pretendiendo saberse las letras, o bien, los que en el climax, sólo hagan vídeos sonriendo complacidos.

No, no soy tan inocente para pensar que el activismo y la acción en sí misma, hagan la misma falta que una presentación improvisada de música clásica en una estación de tren. Pero primero “el sentimiento como catalizador”, como dice Caroline Lucas, diputada del partido Verde de Inglaterra y Gales:

“No sin esperanza. La esperanza es un catalizador poderoso, mucho más, en mi opinión, que el miedo. Y si nuestro fracaso para apreciar el medioambiente y protegerlo de la destrucción me llena de frustración y a veces de desesperación, mi esperanza, como Petra Kelly diría, no es mansa ni débil. Es insistente e intensa…”

«Por qué las mujeres salvarán el planeta» – Varias autoras

O como lo pone Dr. Seuss en su libro “The Lorax”

“Unless someone like YOU cares a whole awful lot,
Nothing is going to get better. It’s not.” 

PROSA OJEROSA

PD1: Visita los enlaces para potenciar la lectura de esta entrada.

PD2: ¿Qué pinta tiene tu mundo ideal? Cuéntamelo abajo.

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