Elisa y la frivolidad

Fachada de casa

Si esta no es la primera vez que estás aquí, sabes que con frecuencia peco de nostalgia y de idealizar el pasado. Hoy 12 de octubre, el día que me estoy sentando a escribir estas líneas, sin duda no constituye el mejor día para hacer eso.

Nada que celebrar. Mucho que leer. Dos frases en forma de hashtags que leí esta mañana en la publicación de una librería que mostraba la pared llena de autoras latinoamericanas para ejercer la última. Si es que es verdad que se han puesto de moda mis coterráneas, enhorabuena por una moda que no incomoda.

¿Cuál ha sido la última autora latinoamericana que has leído? O, ¿aquella que siempre recomiendas? Creo que es importante pararnos a pensar en estos asuntos. Pararnos. Pensar. Vaya… ¿quién tuviera el lujo de juntar los dos verbos en la misma frase?

Asuntos como a quién leemos y a quién apoyamos con nuestro dinero, quién nos influencia y sí, tratar de equilibrar esa influencia. En el caso de que equilibrar sea una palabra muy fuerte, como si resultara en demasiado esfuerzo, quizás tengas razón, opto por quedarme en la premisa anterior; al menos “pensar” en ello.

A mí, como venezolana, me gustaría que el equipaje literario de la región, ese con el que viajo en la vida, fuera mucho más cuantioso de lo que en realidad es. Me atrevería a afirmar que muchxs latinoamericanxs, sienten lo mismo, en la ya tan nombrada admiración de lo europeo y lo estadounidense. Por eso es que me causa alegría no solo leer algunos de sus libros, no solo cuando una editorial rescata del olvido otra obra más, sino leer partes de sus biografías narradas por ellas mismas. Por ejemplo, si a Elisa Lerner le preguntan cuándo empezó a escribir:

“A los once años. A esa edad mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquellos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una». Y a él le pareció muy bien. Poco después me compraron papel, muchas plumas y una máquina de escribir.”

Va a ser que tiene razón Camila Sosa Villada cuando dice:

“Alguien tiene fe en una, finalmente, y una escribe.”

Pero volviendo a Lerner me encuentro con una teoría que, de forma extrema, explicaría todo:

“«Es una escritora», dicen en las reuniones, «qué bien». Pero jamás llegan a los libros de la escritora. Para la sociedad venezolana el libro no existe, es como una piedrita perdida en el camino y no hay forma de que llame la atención de alguien. Los escritores somos los fantasmas de la casa venezolana; nuestras cadenas chirrían un poco cuando hay un premio y luego, de vuelta al silencio. Pero en realidad no existimos. En Venezuela sólo cuentan los libros de cocina y esa cierta frivolidad que consideran muy elegante los ricos recientes.”

¿No somos todxs incurrentes en la frivolidad? Si me permites que lo diga, y si me aferro a la acepción más general: frívolo(a) [persona] Que no concede a las cosas la importancia que merecen, no las hace con la seriedad, el sentimiento o el interés requeridos y solo piensa en el aspecto divertido o lúdico de la vida.

Diría que manejar la cantidad de noticias e información a la que tenemos acceso todos los días solo logra dejarnos frívolxs ante la vida. El lado lúdico vendría a ser representado por tiktoks de algún hombre con una camiseta en la cabeza y una canción que repite “oh no”. También, en mi caso, memes de perros y gatos.

Probablemente es la única manera o la más adyacente; la frivolidad es superficial y en la superficie evitamos ahogarnos aunque casi todo esté dado para que nadar sea difícil.

Pero creo que he encontrado en un ensayo de Cynthia Ozick que se llama “el ruido en la cabeza”, parte de la respuesta:

“el ruido en nuestras cabezas, ese incansable rumor interno de fragilidad, de esperanza, de trascendencia y de miedo, ¿dónde podemos encontrarlo en una época de máquinas que se dirigen a las multitudes y de multitudes que enloquecen por las máquinas? En el arte de la novela, en el aleteo del empapelado imaginario. Y en ninguna otra parte. (…) Alguien que pertenece a la generación literaria más joven, la más asediada por el periodismo del Ahora, esto debería maravillarnos: semejante decisión de dominar, con lo exacto y lo sublime, la desapasionada trivialidad de nuestra época.“

Esto lo escribió en 1993. Ojalá llegue a tiempo hasta ti.

En 1993 no existían siquiera como tal los “reality”, ni las redes sociales, y el periodismo del Ahora al que hace referencia Ozick no podía ser más “Ahora” que un tweet. Por lo que, el mensaje me sigue pareciendo relevante y mi planteamiento final, supongo que sería algo así:  leamos a nuestrxs fantasmas antes de que las cadenas suenen, seamos frívolxs para salvarnos de una sobrecarga pero nunca para anestesiarnos del todo u olvidar nuestro rico y ancestral imaginario colectivo.

Prosa Ojerosa

Chau nº tres fue mi primera despedida

Todo el tiempo están ocurriendo.

Ocurren todos los días. Las despedidas.

Les tengo miedo desde que mi país natal empezó a ser un colador de pasta con los agujeros cada vez más dilatados.

Antes no, las despedidas eran, solo tan malas para el cuerpo como las que narra Andrea Abreu López en “Panza de burro” al apartarse de Isora. Ahora son más permanentes y definitivas, capaz de hacerte llorar por un video de cumpleaños dedicado a un señor que no conoces, familiar de alguien que sigues en Instagram.

Actualmente, las despedidas hacen callo, se te vuelve la piel más áspera, como si hubieses trabajado los campos, pero en verdad viene a ser una capa protectora ante la separación, que es el único desenlace posible unos días después de la llegada.

Te despides y hay quienes te entienden más y quienes te entienden menos, porque solo lo pueden ver desde el punto único del que tiene toda la vida y sus integrantes, en un solo lugar geográfico.

Lo que yo quería decirles, cuando me alejaba en la bicicleta, y a la mañana siguiente, y todas las mañanas, es lo que quiero decirte a ti ahora: “Lo siento.” Siento que aún tuviera que pasar mucho tiempo para que volvieran a ver a sus seres queridos, que algunos no lograran regresar con vida a través de la frontera del desierto, víctimas de la deshidratación, de que los capturaran o asesinaran los cárteles de la droga o las milicias de ultraderecha del crack en Texas y Arizona. “Lo siento.” Eso querría decirles.

Ocean Vuong ~ «En la Tierra somos fugazmente grandiosos»

Voy por la mitad de este libro que me está rompiendo el corazón y curándome los raspones al unísono, usando agua con azúcar, como la que me dio mi mamá la vez que decidí “afeitarme” la cara con la maquinilla de mi hermana mayor y bajé a la fiesta de mis tíos fingiendo total serenidad, a la vez que presentaba varias cortadas autoinfligidas en la boca.

En ese tiempo, mi estatura me permitía alcanzar ya, casi todos los peligros y, además, a diferencia de hoy en día, contaba chistes a petición del público. Los chistes no me los copiaba de nadie, me los inventaba yo misma; los contaba entre sorprendida y satisfecha de que funcionaran tan bien en mi audiencia -parece ser que la gente grande es un poco tonta, al fin y al cabo-.

Adelantando la película al día de hoy, me percato de que, a cada rato, me despido de quienquiera que fui.

Hago las paces también con lo que no soy, constantemente.

No soy Midge, (The Marvelous Mrs. Maisel) en la escena donde todos la conocen en el diner, saben de su vida, le conceden la mejor mesa o saben lo que va a tomar antes de que haga la orden. No soy Midge porque ya no me invento chistes, ni me acuerdo de los que otras personas me cuentan.

Tampoco soy ella cuando me he creído poco memorable desde que Adriana, para muchxs es el mismo nombre que Ariadna o Andrea y me falla el impulso de corregirlxs.

No me parezco a ese personaje porque soy bastante mala para lo que los gringos llaman “small talk” y aunque en unas cuantas oportunidades, mi madre quiso advertírmelo bajo la frase “no seas como yo” y quiso que supiera las desventajas de serlo en un mundo donde se valora tanto la extroversión, es que —¿la verdad?—soy bastante como ella.

Me despido de ser yo la que cuida bien las plantas cuando lo que soy es una asesina impune y una vez lo acepto, eso me deja más espacio para ser la que las admira y fotografía, en el imperfecto balance entre lo que quiero ser y lo que puedo dejar que otrxs sean, entre lo que de verdad quiero aprender y lo que puedo consentir que no sea parte de mi identidad.

Cuando el deseo insista, me quiero creer capaz así:

ciegamente

Cuando el deseo no esté, quiero escucharme atenta y me quiero capaz de cambiar, ágil. Cambiar de parecer, mudar de narrativa mental. Si me despido, que sea de mí.

Prosa Ojerosa

PD: ¿Quién NO eres y está bien decirle ‘chau’?

El lazo y el activismo rápido

Culpo al lazo, todo empezó a ser demasiado fácil cuando estar a favor de la lucha contra el SIDA y el cáncer, se podía manifestar en nuestras solapas y mochilas, con un lazo de un color determinado.

Sigue siendo fácil. Poner un recuadro negro no cuesta nada y, por tanto, tampoco dice mucho sobre ti. El inconveniente está, en mi opinión, en pensar que sí. Pero no va sobre ti.

Cuando digo que no va sobre ti, incluye que hoy no sea el día para vender tu libro sobre el apartheid, o publicitar tu primer contenido con alguien negrx en la portada o recordar tu viaje a Nueva York. Tampoco es el día de aparentar que te importa, creo que es el día de preguntarte si alguna vez te ha importado. Si eres honestx, sabrás que no, que la mayoría de las veces no. Quizá admitirlo sea un buen comienzo. Quizá no, no lo sé, porque no va sobre mí.

Tampoco pienso que sentenciar a Estados Unidos como el país más racista del planeta sea una declaración menos llena de racismo y de odio.

Ojalá el racismo fuera inherente a un solo país, pero no, está también presente cuando nos creemos más cultos, más avanzados por estar y ser de Europa, cuando “los musulmanes van atrasados” y“los chinos solo son buenos para servirte la mediana y el bocata más baratos”. Sobre todo, cuando estamos convencidxs de que no tenemos nada que aprender de otras culturas.

No puedo evitar preguntarme si la automatización, la simplificación de la vida, nos convirtió ya en personas capaces de hacer hasta del sacrificio lo más cómodo y conveniente posible. Si inclusive la protesta va a ser siempre esta cosa trivial y breve. Sin que produzca el cuestionamiento, sin que signifique algo.

Entiendo que el racismo es vergonzoso y lo propio es que queramos rápidamente desmarcarnos, pero me temo que no hay atajos, que todxs tenemos nuestro pedazo de parcela que barrer. Ya quisiera ser más valiente para barrer más fuerte, y que suenen las cerdas, e incomodar vecinos, pero no soy valiente porque todavía tengo la opción de no serlo. Quizá admitirlo sea un buen comienzo. Quizá. Otra palabra más que me protege.

Sin embargo, a veces la hipocresía me abruma, la volatilidad del sufrimiento me puede y no llevo el ritmo. Cuando pierdo el ritmo, soy la novata en la clase de zumba, el célebre «pato mareado», pero más que nada, intento huir de la palabra impulsiva y me esfuerzo en callarme. Esta vez no lo he conseguido:

¿Cuándo van a empezar a importarnos más las causas que como nos vemos frente a ellas? ¿Cuándo buscaremos posicionarnos a través de una acción que dure más de dos segundos? Una inversión de tiempo más allá de un repost, un retweet; preocuparnos menos por lo que queda en nuestro perfil y más por lo que queda en nuestro interior.

No es el juego del activista más rápido, no hay nada en juego salvo nuestra propia convivencia humana. Una nimiedad. Un detalle sin importancia.

Prosa Ojerosa

PD: Para terminar, dos citas de dos artículos diferentes escritos por Roxane Gay que me parecen oportunos y uno de los textos más hermosos con los que me he tropezado, sobre la cuestión del racismo en Estados Unidos (solo en inglés):

“El tener conexión a Internet no me convierte, ni a mí ni a nadie, en experta en acontecimientos culturales importantes” ~ Cuando Twitter hace lo que el periodismo no puede

“Trayvon Martin no es el primero ni será el último joven varón negro asesinado por el color de su piel. Si existe algo parecido a la justicia para un joven cuya vida le fue arrebatada demasiado pronto, espero que esa justicia esté en que todos aprendamos de lo ocurrido. Espero que seamos capaces de estar a la altura de la grandeza de la ocasión, y por grandeza me refiero a intentar superar nuestros yoes menores viendo a un joven como Trayvon Martin por lo que era: un joven, un chaval sin capa de héroe, que ni siquiera pudo volver ileso de la tienda a su casa, por no hablar de volar” ~ Esperando a un héroe

Roxane Gay

Sobre el acento y el buen privilegio

La diversidad está en todas partes, en los tipos de setas, de maíz, en la variedad de los ecosistemas: de ellos, mi favorito es “la tundra”, porque me suena a una novela ÉPICA. Hasta entonces, la ‘diver’sidad se nos hace ‘diver’tida.

Empezamos a ‘diver’gir cuando dejamos de hablar de la biológica y pasamos a la cultural, entonces se interponen las creencias, sobre todo, lo que estamos convencidxs que nos pertenece, las fronteras. Aquí ya hay menos risas, las pocas que quedan, se vuelven incómodas, como en la sala de un comediante que debuta.

Sucede cuando no tomamos tan en serio a quien habla en otro acento, cuando asumimos a la persona asiática como obediente y dócil, o a la alemana cuadriculada, a la latina HOLGAZANA y a la gitana, analfabeta.

Pero ni intento profundizar en estos temas ni tampoco rebatirte en lo que debes o no creer.  Voy a pretender que el privilegio no tiene la connotación negativa que le hemos labrado, y que realmente lo podemos emplear para lo que siempre debió existir.

Mucho me gustaría que se dejara de nombrar al privilegio para empezar a usarlo, ya que solo desde el privilegio de no tener que pelearse para subsistir a diario, podemos plantearnos el abandono de estereotipos e injusticias más allá de lo que nos han dicho y si estás leyendo esto, lo más seguro es que estés lejos de estar solo sobreviviendo.

El buen privilegio, SI alguien me lo preguntara, es el que se ejerce, no el que se pretende que no se tiene, no el que nos mantiene en constante separación de bandos.

“No “we” should be taken for granted when the subject is looking at other people’s pain”.

Ningún «nosotros» debe tomarse por sentado cuando el sujeto es testigo del dolor de otros ~ – Susan Sontag sobre el ensayo de la guerra de Virginia Woolf

Y la verdad es que hay mucho dolor ajeno para observar, lamentablemente, pero solo siendo conscientes del dolor que no estamos atravesando, podamos sacar las fuerzas para ser mejor por ello. Como en uno de los discursos de America Ferrera:

“Yo soy solo una de millones de personas a quienes se les ha dicho que para poder cumplir sus sueños, que para poder contribuir con mis talentos, tengo que resistirme a la verdad de quién soy. Yo por una vez estoy lista a dejar de resistirme y empezar a existir como mi toda, auténtica yo… Mi identidad no es mi obstáculo. Mi identidad es mi superpoder. Porque la verdad es que, yo soy como el mundo luce”

“I am just one of millions of people who have been told that in order to fulfill my dreams, in order to contribute my talents to the world, I have to resist the truth of who I am. I for one am ready to stop resisting and to start existing as my full and authentic self… My identity is not my obstacle. My identity is my superpower. Because the truth is, I am what the world looks like”

Es un tanto demencial que tengamos que recordarnos que somos tan diversos como los pájaros, la flora, o el “reino fungi” que mencioné al principio. Somos raros los humanos juzgándonos por colores del plumaje, canto, o era ¿gorjeo?, ¿trino?, ¿graznido?, ¡ah, vale! Que eso no importaba, que lo hacía todo más entretenido.

Como también me resulta gracioso encontrar similitudes entre nosotros y que quizá sea un ejercicio alternativo, más sano que el incesante “encuentra las diferencias” de los cuadernos de pasatiempos.

Un ejemplo de ello es que en Venezuela se use “chemise» y no “polo” para ir al colegio, donde se califican los exámenes del 1 al 20 como en Francia, donde una guarnición muy posible sea los“petipuás”o «petit pois» y no los guisantes, donde lxs niñxs bailan en su actividad extracurricular indistintamente ballet o flamenco (yo fui una de esxs) y donde mi abuela, venezolana también, de origen completamente criollo, allá por 1950 deseara tener un hijo valiente, o en sus términos lo que era sinónimo, un hijo torero.

(Eso no sucedió, no te preocupes)

El caso es que nos parecemos, nos parecemos y en donde no, más potencial para la belleza encuentro. Belleza con la zeta que no pronunciaré a gusto del castellano que viajó en la Pinta, la Niña y la Santa María, y cuya característica no debería otorgarme ningún otro adjetivo más que aventurera.

Prosa Ojerosa

PD: America Ferrera, por cierto, además de ser una de las fundadoras del movimiento y organización «Time’s Up», es americana de primera generación, de origen hondureño y productora de la serie de televisión “Gentefied” que te recomiendo para comprender mejor el privilegio. Cada capítulo contiene una mejor o peor interpretación de uno de los tantos ángulos de la inmigración, y por tanto, me gustó bastante. Ojalá también le encuentres un puntito bueno.

La keratina y la raza

No es secreto para ninguna mujer que deseamos con frecuencia el pelo que no tenemos. Es decir, el pelo, esa fuente de orgullo o vergüenza que llevamos colgando de la cabeza. Ese otro item más que corresponde a la lista de cosas que deben ser de una determinada manera y no de otra.

Entonces, yo, con el pelo liso desde más o menos los 12 años, después de que se temiera fuera para toda mi vida una masa incontrolable (refiérase al anexo 1.a), causa de continua desdicha, o lo que es lo mismo esfuerzos (porque una ha de esforzarse ¿cierto?) para evitar la fealdad, fui en cambio “bendecida” con la suerte del pelo liso hasta la fecha.

Anexo 1.a. – Del archivo de la autora – algún momento entre 1986 y 1989

Porque en efecto, estoy diciendo en un tono sarcástico que, la razón de nuestra desdicha muchas veces es vanidosa y la vanidad, muy de un solo tipo.

Es el motivo por el cual, la primera y última vez que se me ocurrió hacerme un cambio “radical» en el color y la chica de siempre (porque con el pelo no se juega), se equivocara con el tono, llorase al salir, con mi marido al teléfono y le pidiera que me fuese a buscar en la estación de metro para que me hiciera sentir un poco mejor antes de ver a otras personas.

Entrecomillo la palabra radical, porque nunca he sido radical en cuanto al pelo y me pregunto por qué. Me importa si es demasiado corto, me importa si se ve de un tono poco natural, me importa.

Entrecomillo la palabra bendecida, porque ésta siempre va a depender de la raza de quien cuente la historia. En este caso, para una mujer latinoamericana, la última vez que me asomé, el tono de la piel (no demasiado moreno), el ancho de la nariz (perfilada), y la maleabilidad del pelo (al 100%), sin entrar en el tamaño de las tetas, es una historia con un final feliz.

Todo esto me lo recuerda la peluquería brasileña detrás de la parada de autobús que reza: «especialistas en alisado brasileño a base de keratina». Para ti, que estás poniendo cara de “esta palabra es nueva”, es probablemente porque eres demasiado blanca, o demasiado “bendecida”.

Pero el caso es que, viendo el documental de Chris Rock “Good hair”, me he dado cuenta de que, aunque la raza lo impida, los genes se interpongan, y la posición económica también, haremos lo que sea para llegar al nivel del constructo social, porque es un instinto natural de supervivencia el encajar. De allí, mi súplica, hagamos que encajar sea acorde con lo que ya somos.

Es que ¿nadie? quiere este pelo.

https://www.youtube.com/watch?v=sGcFBNDrluE
«Good Hair» documental / «comedia» que yo más bien catalogaría como tragi-shock-comedia – 2009

Nadie, aunque sea nuestro, parte de nuestra identidad, nos negamos y nos hacemos daño con sustancias como el azufre, en la keratina o el hidróxido de sodio, en el caso del «relaxer», pero, además lo inculcamos. Si es que piensas que no, explícame la razón por la cual al ver estas fotos, (anexo 1.b), lo primero en lo que pensé fue en la pinza de ropa que decía mi abuela que tenía que ponerse en la nariz para que fuera sí o sí, fina.

Anexo 1.b – de la exposición «Feminismos» , CCCB – Barcelona, 2019

O, para mayor cantidad de pruebas, mira el minuto 8:32 del vídeo que te dejo en la postadata.

¿Puede ser realmente que todo tenga que ver con convertirnos en lo que no somos todavía y en perseguir ideales inalcanzables a nivel físico? Puede ser, y me temo que aún me encuentro a quienes tengo que darles la primicia ya que siguen convencidxs que, por estar geográficamente ubicadxs en Europa, no se les da el racismo, como quien recibe una vacuna continental.

Quiero pensar que todo es tan simple y tan difícil como amar tu raza, la humana, la piel que es tuya, las características propias de ti, tanto como indica esta cita de Nina Simone: «To Me We Are The Most Beautiful Creatures In The Whole World, Black People. And I Mean That In Every Sense.»

Para mí somos las criaturas más bellas en el mundo entero, las personas negras, y me refiero, en todos los sentidos.

Nina Simone

Pero en verdad, lo único que quiero visualizar es que no necesitemos de un gran despertar espiritual de masas para llegar a la conclusión de que, no requerimos del alisado brasileño para estar bien arregladas, y de plano, no es nuestro deber estarlo. En cambio, la keratina como remedio antiracista es lo que nos está haciendo falta, y preguntarnos «¿Quién soy yo fuera de lo que la «blanquitud» me ha asignado? Es una pregunta que puede que nos libere»

Para finalizar, una utopía más que solo podemos hacer realidad, nosotras:

A comienzos de la primavera, un día como otro -no era un día dorado por una luz especial, ni había ocurrido nada trascendental, y quizá solo fuera que el tiempo, como a menudo ocurre, había transfigurado sus dudas-, se miró en el espejo, se hundió los dedos en el pelo, denso, esponjoso y magnífico, y no pudo imaginarlo de otra forma. Se enamoró de su pelo, así de sencillo.

Chimamanda Ngozi Adichie – «Americanah»

Prosa Ojerosa

PD: Si tienes el tiempo, no dejes de ver este documental, entero. Me ha hecho reflexionar muchísimo en lo que consideramos bello, y aunque no soy parte, evidentemente, de la cultura afro-americana no he podido evitar hacer paralelismos con toda la economía legal y sumergida que apoyamos las mujeres latinas fuera y dentro de nuestras fronteras para el secado de pelo en casa y como en ciertos casos es, inaceptable, presentarse sin este estilo en según qué evento social.

» Relaxed hair = nice hair » – Minuto 8:32 (inglés)

Los ‘fouettés’ y el fantasma extremista de las navidades pasadas

Los fantasmas no se han ido ni se irán, los hemos sentado a la mesa y les hemos dado pastel, soplamos con ellos las velas y los aceptamos por lo que son: caprichosos y por tanto, vienen a buscarnos en cualquier momento, sin preaviso.

Siempre sospecho de las 25 vueltas que da la vida para llegar al mismo sitio, con el objetivo de mostrarnos que no hemos aprendido nada y al mismo tiempo, cada vez que comienzo un párrafo me viene un 25 a la cabeza.

Me aterroriza la palabra recesión y la gente que odia a modo de proselitismo político.

Hoy las nubes son tan visibles y gruesas que se asemejan a la profundidad del mar pero en el cielo. Siento que está nublado, con indicativos de que el sol va a salir, que está en la verja espiándonos a sabiendas de que el roce de sus extremidades nos podría sentar bien, sin embargo, no es el momento, no llega, no es apropiado, no es hora de amanecer aún.

antes, Necesitamos la empatía más que nunca.

Requerimos de esta canción con urgencia.


It well may be
That we will never meet again
In this lifetime
So let me say before we part
So much of me
Is made of what I learned from you
You’ll be with me
Like a handprint on my heart
And now whatever way our stories end
I know you have re-written mine
By being my friend
Like a ship blown from its mooring
By a wind off the sea
Like a seed dropped by a skybird
In a distant wood
Who can say if I’ve been changed for the better?
But because I knew you
Because I knew you
I have been changed for Good


Bien puede ser / Que nunca nos volvamos a ver / En esta vida / Así que déjame decirte antes de separarnos / Tanto de mí / Está hecho de lo que aprendí de ti / Tu estarás conmigo / Como una huella en mi corazón / Y ahora como sea que terminen nuestras historias / Sé que has reescrito la mía / Siendo mi amiga / Como un barco que voló de su amarre / Por un viento del mar / Como una semilla que un pájaro del cielo dejó caer / En un bosque lejano / ¿Quién puede decir si he cambiado para mejor? / Pero porque te conocí / Porque te conocí / He cambiado para siempre

De este musical, precuela del “Mago de Oz” y que, tras esta canción, me dejó fingiendo que me había entrado una mota en el ojo, quiero destacar el valor fundamental de imaginar la vida ajena como si nos importara tanto como la nuestra. Tal como si fueras una niña verde (Elphaba).

Lo difícil está en no dejar de luchar por lo que es nuestro y que históricamente nos pertenece, lo que otras mujeres y hombres ya han batallado, basándonos menos en los 10 mandamientos que ya nos pillan lejos y más en nuestra propia percepción de lo que cura el dolor humano y la raíz de la desigualdad que sufren nuestros vecinos, si tan sólo nos volteáramos a mirar.

Lo que propongo sólo es posible, construyendo dicha percepción a consciencia y dedicándonos a escuchar la historia del que viene de otro andar con atención, sin que tengamos que sufrir todas las tardes frente al telediario hasta que la carne se te entumezca.

¿Por qué digo que no necesitamos de las noticias? porque las historias nos rodean todos los días. Te lo imploro, si eres usuario de Movistar, no te pierdas este episodio de Radio Gaga.

O como dijo @eduardo_irujo, hoy es un buen día para recuperar este libro.

“Nos llamaban fenómeno migratorio y nos lo seguirán llamando. Pero no somos ningún fenómeno. La inmigración es tan antigua como el mismo cosmos.”

Marina Hernández – Caballo Perdedor

En él, Marina Hernández narra la aspiración de un colombiano que se siente madrileño y su camino como candidato a la alcaldía de Madrid. Amé los personajes primarios y secundarios de este libro y sentí algo muy calientito, tierno en mi interior de que ella, escogiera esta historia para escribir. Ese solo hecho me da esperanza.

Ahora, si me permites el salto al ballet, el truco de los ‘fouettés’ de emplean las bailarinas, como se explica en este precioso vídeo, es el‘impulso almacenado’ que permite la rotación constante en el “Lago de los cisnes” y es la misma propulsión que quiero acumulemos para cuando haya que mirar al público de frente y sacarlos del ensimismamiento.

En el giro, no hay que perder de vista lo que sabemos que hace daño, lo que es independiente de tradiciones, lo que sabemos que nos pertenece y no pueden quitarnos. Como nuestros cuerpos y las leyes que lo protegen o no lo hacen, como una de las 5 violencias contra la mujer menos documentadas del mundo según las Naciones Unidas, el planchado de los pechos, o la prescripción de los delitos de violencia sexual en Argentina.

«Que mantengamos la piel sensible y un olfato de sabueso ante las injusticias que no quisiéramos pasar, y seamos rápidxs para levantarnos, hombro a hombro con lxs que ya las atraviesan» -pensó, con los ojos cerrados, sopló para apagar la llama de la vela pero sin dejar de percibir el calor de ese único deseo de cumpleaños y sabía, que el fantasma le visitaría al menos una vez más.

PROSA OJEROSA

PD: Voy a nombrar aquí como deberes para la casa, una de mis películas favoritas, cuyo argumento es mucho más complejo de lo que yo pudiera explicar convincentemente pero que sin embargo, siento el ímpetu de mencionar como pertinente. Se llama Babel (2006), si eres de mi quinta quizá ya la has visto, pero cabe también la posibilidad de que no fueras al cine todavía cuando la estrenaron. En todo caso, un abrazo.

Las enseñanzas de 3 autoras que migraron

El termómetro indica 26 grados centígrados.

¿Pero qué termómetro? ¿De que estás hablando? Bueno, el accuweather.  

Hace días del cambio de armario y estoy yendo a la cama ya, con diferentes camisetas sin mangas que a su vez no combinan con pantalones cortos de vidas pasadas.

Si no te suena esta definición de pantalón, se trata de aquellos que alguna vez fueron para salir a correr.

El verano es, según mis observaciones la estación del año que mayores polémicas levanta. Adeptos y adversarios se reúnen en mesas a no entenderse año tras año sin propósito alguno, ni conclusión.

“Yo es que soy neutral y disfruto de ambas”- me animo a decir algunas veces- porque nací en un país cercano al ecuador, sin estaciones.

Migrar, visto en un sentido grupal resulta casi siempre de una necesidad y, por tanto, es aceptado como tal, como un fenómeno, como el vuelo de los pájaros, como los salmones del río al mar.

Pero es en un aspecto individual, dónde se desdibujan las verdaderas razones. Las personas se van olvidando de las historias recientes de sus países, de sus propios movimientos migratorios, y hacen preguntas, para tratar de comprender qué hay verdaderamente, tras la decisión individual de migrar.

Para esto, cito de “Americanah” de Chimamanda Ngozi Adichie:

“Comprendían todos que se huyera de la guerra, de la clase de pobreza que aplastaba el alma humana, pero no entenderían la necesidad de escapar del letargo opresivo de la falta de elección. No entenderían por qué las personas como él, que se habían criado sin hambre ni sed, pero vivían empantanadas en la insatisfacción, condicionadas desde su nacimiento a mirar hacia otro lugar, convencidas eternamente de que las vidas reales se desarrollaban en ese otro lugar, ninguna de ellas famélica, ni víctima de violaciones, ni procedente de aldeas quemadas, estuvieran ahora decididas a afrontar peligros, a actuar ilegalmente, para marcharse, ávidas solo de elección y certidumbre”.

En esta novela, la autora a la par que narra esta experiencia como mujer africana negra inmigrante en los Estados Unidos, dónde Ifemelu (la protagonista) tampoco forma parte del colectivo afro-americano, en mi opinión, hace un espléndido trabajo en explicar su transformación como ser humano en un entorno a veces hostil, a veces amable, pero a todas, foráneo.

Especialmente, cuando habla sobre el pelo de la protagonista, me hizo pensar en la desaprobación de las culturas, diría que en general latinas, hacia el pelo crespo o siquiera ondulado, y cómo hemos crecido, en algunas sociedades con la idea de que no alisarlo es señal de desaliño.

¿De dónde habremos importado ideas tan extrañas y por qué están tan arraigadas? ¿Cómo podemos sostener esta injusticia contra nosotras mismas? Oigo murmullos en la sala, lo siento, busca dónde hacerte un tratamiento de keratina en tu ciudad y verás que no tienes que ir muy lejos.

Para desviarme de la controversia, mencionaré este párrafo que bien podría abrir la biografía de cualquier venezolano:

“Nací y crecí en un país que recibió a hombres y mujeres de otra tierra. Sastres, panaderos, albañiles, plomeros, tenderos, comerciantes. Españoles, portugueses, italianos y algunos alemanes que fueron a buscar al fin del mundo un sitio donde volver a inventar el hielo. Pero la ciudad comenzó a vaciarse. Los hijos de aquellos inmigrantes, gente que se parecía poco a sus apellidos, emprendían la vuelta para buscar en los países de otros la cepa con la que se construyó la suya. Yo, en cambio, no tenía nada de eso.”

Es lo que comenté anteriormente, cuando eres uno solo y no estás en un grupo de pájaros. ¿Quién mira por ti?

“La hija de la española” de Karina Sainz Borgo es narrativa que escuece, no te lo voy a negar. Pero para mí, sería vital que todos la leyesen.

Soñemos con un mundo donde novela venezolana, no significa Cristal ni Topacio.

A lo largo de esas poco más de 200 páginas, concebí una nostalgia propia de situaciones no vividas pero que me fueron contadas por otros que deseas no lo hubiesen vivido tampoco. Sentí que compartí con la autora mucho más que geografía, también olores y gestos, canciones, el color de los pueblos, el sabor de la fruta y, sobre todo, lo más importante, le hace justicia a la debacle, a la pérdida de la más mínima dignidad humana que muchos seres queridos atraviesan ahora en Venezuela.

Le llaman oportunista al haber escrito (y al momento de publicación de) esta novela. Yo voy a utilizar otro adjetivo: apremiante.

Para ir cerrando, tomo de “El Plan Infinito” por Isabel Allende:

“- Esta carta dice claramente que estarás metido con la Ley.

– ¿No dice si voy a ser rico?

– A veces rico y a veces pobre.

– Pero llegaré a ser alguien importante ¿verdad?

– En la vida no se llega a ninguna parte, Gregory. Se vive no más.”

Vivir. Depende donde hayas nacido, es mucho más de lo que algunos pueden aspirar.

Ahora es tu turno ¿has leído ya alguna de estas novelas? ¿Algún otro título sobre emigrantes que te haya enseñado mucho? Dímelo abajo.

PROSA OJEROSA

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