
¡Hola! mi nombre es Adriana, y quien posa conmigo en este selfie es Soja, a quien le gusta acompañarme a escribir solamente por el calorcito que desprende el ordenador. Yo soy quien pone las ojeras y la prosa, vivo en Cataluña y opino que hablar por teléfonos que ya no se pueden «colgar», ha perdido su encanto.
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Manifiesto
Ahora mismo hay más de una niña deseando ser diferente a quien es. Una en particular, que desde los 8 años le repiten que es de muy buen comer, pero con cara rara.
En otro punto del mapa, vive otra de 15 que pide por su cumpleaños una cirugía de tetas porque no se siente mujer.
Sé, de una adolescente que estudió ingeniería con el objetivo de no defraudar a nadie más que a ella misma y conozco, a una más mayor que, toda su vida, entró al mar en camisón.
Estuve conversando con la que nunca dejó al novio a cambio de estar siempre acompañada, y con su amiga, quien tardó años («los buenos», decía) en saber que su relación era tóxica de la página 1 del manual.
Está, la madre que hizo todas las dietas de las revistas y se odió frente al espejo, y la que decidió repudiar a su exmarido para siempre por no haber sido un buen proveedor y alguien de confiar.
Te hablo de ellas porque creo, que el tiempo que pasaron cuestionándose, era el momento para convertirse en ellas mismas, ser compasivas, mirando en introspectiva. Y solo desde ese lugar, tener entre todas, las charlas necesarias para transformarnos de forma masiva.
Pretendo que sepas quien eres para exponerlo sin disculpas, que lo sepas tanto, que jamás llegues a dudarlo. Procuro que te reconozcas en otras historias y te gustes sin dudas, que te tengas amor en exceso.
El único vicio que busco promover es el de cultivarnos a contrapeso.
En equilibrio.
En armonía, o no.
A sangre fría.