Si esta no es la primera vez que estás aquí, sabes que con frecuencia peco de nostalgia y de idealizar el pasado. Hoy 12 de octubre, el día que me estoy sentando a escribir estas líneas, sin duda no constituye el mejor día para hacer eso.
Nada que celebrar. Mucho que leer. Dos frases en forma de hashtags que leí esta mañana en la publicación de una librería que mostraba la pared llena de autoras latinoamericanas para ejercer la última. Si es que es verdad que se han puesto de moda mis coterráneas, enhorabuena por una moda que no incomoda.
¿Cuál ha sido la última autora latinoamericana que has leído? O, ¿aquella que siempre recomiendas? Creo que es importante pararnos a pensar en estos asuntos. Pararnos. Pensar. Vaya… ¿quién tuviera el lujo de juntar los dos verbos en la misma frase?
Asuntos como a quién leemos y a quién apoyamos con nuestro dinero, quién nos influencia y sí, tratar de equilibrar esa influencia. En el caso de que equilibrar sea una palabra muy fuerte, como si resultara en demasiado esfuerzo, quizás tengas razón, opto por quedarme en la premisa anterior; al menos “pensar” en ello.
A mí, como venezolana, me gustaría que el equipaje literario de la región, ese con el que viajo en la vida, fuera mucho más cuantioso de lo que en realidad es. Me atrevería a afirmar que muchxs latinoamericanxs, sienten lo mismo, en la ya tan nombrada admiración de lo europeo y lo estadounidense. Por eso es que me causa alegría no solo leer algunos de sus libros, no solo cuando una editorial rescata del olvido otra obra más, sino leer partes de sus biografías narradas por ellas mismas. Por ejemplo, si a Elisa Lerner le preguntan cuándo empezó a escribir:
“A los once años. A esa edad mi padre me regaló unos zapatos muy lindos, abiertos en la punta y adornados con una trenza que remataba en un lazo. Me pareció que aquellos eran zapatos de escritora y así se lo dije a mi padre: «Papá», le dije, «estos son zapatos de escritora. Ya estoy armada para ser una». Y a él le pareció muy bien. Poco después me compraron papel, muchas plumas y una máquina de escribir.”
Va a ser que tiene razón Camila Sosa Villada cuando dice:
“Alguien tiene fe en una, finalmente, y una escribe.”
Pero volviendo a Lerner me encuentro con una teoría que, de forma extrema, explicaría todo:
“«Es una escritora», dicen en las reuniones, «qué bien». Pero jamás llegan a los libros de la escritora. Para la sociedad venezolana el libro no existe, es como una piedrita perdida en el camino y no hay forma de que llame la atención de alguien. Los escritores somos los fantasmas de la casa venezolana; nuestras cadenas chirrían un poco cuando hay un premio y luego, de vuelta al silencio. Pero en realidad no existimos. En Venezuela sólo cuentan los libros de cocina y esa cierta frivolidad que consideran muy elegante los ricos recientes.”
¿No somos todxs incurrentes en la frivolidad? Si me permites que lo diga, y si me aferro a la acepción más general: frívolo(a) [persona] Que no concede a las cosas la importancia que merecen, no las hace con la seriedad, el sentimiento o el interés requeridos y solo piensa en el aspecto divertido o lúdico de la vida.
Diría que manejar la cantidad de noticias e información a la que tenemos acceso todos los días solo logra dejarnos frívolxs ante la vida. El lado lúdico vendría a ser representado por tiktoks de algún hombre con una camiseta en la cabeza y una canción que repite “oh no”. También, en mi caso, memes de perros y gatos.
Probablemente es la única manera o la más adyacente; la frivolidad es superficial y en la superficie evitamos ahogarnos aunque casi todo esté dado para que nadar sea difícil.
Pero creo que he encontrado en un ensayo de Cynthia Ozick que se llama “el ruido en la cabeza”, parte de la respuesta:
“el ruido en nuestras cabezas, ese incansable rumor interno de fragilidad, de esperanza, de trascendencia y de miedo, ¿dónde podemos encontrarlo en una época de máquinas que se dirigen a las multitudes y de multitudes que enloquecen por las máquinas? En el arte de la novela, en el aleteo del empapelado imaginario. Y en ninguna otra parte. (…) Alguien que pertenece a la generación literaria más joven, la más asediada por el periodismo del Ahora, esto debería maravillarnos: semejante decisión de dominar, con lo exacto y lo sublime, la desapasionada trivialidad de nuestra época.“
Esto lo escribió en 1993. Ojalá llegue a tiempo hasta ti.
En 1993 no existían siquiera como tal los “reality”, ni las redes sociales, y el periodismo del Ahora al que hace referencia Ozick no podía ser más “Ahora” que un tweet. Por lo que, el mensaje me sigue pareciendo relevante y mi planteamiento final, supongo que sería algo así: leamos a nuestrxs fantasmas antes de que las cadenas suenen, seamos frívolxs para salvarnos de una sobrecarga pero nunca para anestesiarnos del todo u olvidar nuestro rico y ancestral imaginario colectivo.
Prosa Ojerosa
Nunca lo había visto así Adriana. No pensaba que mi frivolidad era para mantenerme a flote y no ahogarme en los pensamientos agobiantes… al fina, entonces resulta ser un instinto de supervivencia!
Gracias, Eigree, qué gusto verte aquí. Me gusta cómo lo resumiste, ¡sí…! Como un instinto de supervivencia. Tal vez no nos justifica pero creo que sí que nos mantiene vivas… ¿de una mejor manera?. Pero también sabemos qué consecuencias puede tener tomárselo todo con demasiado humor (como sociedad)… sin embargo, eso es otra discusión distinta. Un abrazo grande.