La suerte del color amarillo

Está bien. Me arrepiento de lo que dije hace unas semanas sobre “M train” de Patti Smith. Comencé a leerlo y aún sabiendo que, era un libro sobre nada e irónicamente, un tren a ninguna parte, no conectaba con lo narrado en lo absoluto.

Sin embargo, al ir avanzando y acostumbrándome a la idea de su propia lentitud, logré captar el romanticismo personificado en su adicción al café, y en su manera de vivir la vida que al menos a mí, sin haber leído ninguna de sus otras memorias, me resultó contradictoriamente improvisada pero a la vez llena de significado y con tendencias a los rituales, pero sobre todo, a la belleza.

“We want things we cannot have. We seek to reclaim a certain moment, sound, sensation. I want hear my mother’s voice. I want to see my children as children. Hands small, feet swift. Everything changes. Boy grown, father dead, daughter taller than me, weeping from a bad dream. Please stay forever, I say to the things I know. Don’t go. Don’t grow.”~ Patti Smith, M Train

Queremos cosas que no podemos tener. Buscamos recuperar un determinado momento, sonido, sensación. Quiero escuchar la voz de mi madre. Quiero ver a mis hijos como niños. Manos pequeñas, pies rápidos. Todo cambia. Niño mayor, padre muerto, hija más alta que yo, llorando por un mal sueño. Por favor, quedaos para siempre, le digo a las cosas que conozco. No os vayáis. No crezcáis. ~ Patti Smith, M Train

La comprendo tanto, especialmente en las últimas semanas en las que he escrito cartas a personas queridas sin intención de enviárselas y también, una oda a una lámpara de color amarillo que me ilumina todos los días. Amarillo, de los colores el más afortunado, como no lo vincularon a ningún sexo ni género, nadie le dice lo que tiene que ser, qué suerte la de él. Muy parecido a la letra e.

“Si quieres que te lo diga, siéntate, porque es largo de contar” y, al contarlas en voz alta salvaría del olvido todas las cosas que he estado recordando y sabe Dios cuántas más, es incalculable lo que puede ramificarse un relato cuando se descubre una luz de atención en otros ojos, él seguramente también tendría ganas de contarme cosas, se sentaría a mi lado, nos pondríamos a cambiar recuerdos como los niños se cambian cromos y la tarde caería sin sentir, saldría un cuento fresco e irregular, tejido de verdades y mentiras, como todos los cuentos”

Carmen Martín Gaite ~ El cuarto de atrás

Diseccionando este último párrafo te diría que, en principio, me parece ya de entrada desafiante admitir que me voy a tardar en contar la historia, porque muchas veces sin pretenderlo, me doy prisa al hablar ya que aprendí que irnos por las ramas es un rasgo odioso propio de la mujer.

Si pienso entonces en que, al contarlas en voz alta, salvaría a las cosas que conozco del olvido, me doy cuenta de que no callaría nunca. La paradoja está en el hecho de que, con frecuencia, mis sentimientos sobre esas mismas cosas sobrepasan la fuerza de mi voz como para siquiera seleccionar y pronunciar palabras en concreto, y por eso, supongo que escribo. 

(Pausa para pensar en todxs lxs que nos sentimos alguna vez o muy seguido, mucho menos interesantes y elocuentes de lo que pudiéramos ser comparadxs a la versión interior de nosotrxs mismxs)

Al menos, mientras intento no recurrir al auto-reproche por querer aburrirme una tarde y romper con el verbo ‘hacer’ por unas horas, me consuela saber que soy la luz de atención para otros ojos y me recuerdo, te recuerdo que, si quiero, si queremos, podemos ser el color amarillo.

El giro de la trama:

Busco reconciliación con la nostalgia que me producen los cambios, sobre todo los más pequeños, imperceptibles. Me digo que aunque pase un buen tiempo para que podamos abrazarnos con la misma tranquilidad de antes sin pensar en contagio, al menos el abrazo como recurso sigue existiendo.

No te rías, cosas igual de importantes están en la cuerda floja. Preguntaba hace no mucho qué pensabas sobre los sentimientos en extinción.

Al mismo tiempo, en cuanto a los cambios más grandes, aquí me ves señalando con mi dedo lo que no es tan minúsculo, que nos mantiene clasificadxs entre azul y rosa.

Todo el conocimiento acumulado de dietas, las calorías, las formas de bañador concreto para la forma de mi cuerpo, al que le asignaron de todas las frutas, la pera y, los artículos de “cómo retenerlo” de la revista que más adoraba y leí asiduamente desde los 11 años, por mencionar alguna de esas cosas.

Quizá es por esto por lo que queremos todavía contar calorías, para tener sensación de control ante los cambios, pero ni los carbohidratos se lo merecen, ni tú, que tienes toda la gama de colores para escoger, observar, comer y ser. Tal como un catálogo de alfombras.

Prosa Ojerosa

2 respuestas a «La suerte del color amarillo»

  1. «Pausa para pensar en todxs lxs que nos sentimos alguna vez o muy seguido, mucho menos interesantes y elocuentes de lo que pudiéramos ser comparadxs a la versión interior de nosotrxs mismxs)» aquí me he leído.
    Envidio tu capacidad de relacionar sentimientos con textos ajenos y propios y tejer gran variedad de ideas en una sola entrada ♥️

    1. ¡Ay, querida! Si tú supieras… lo que tú llamas capacidad, fue al mismo tiempo lo que me tuvo dándole vueltas a este texto hasta las mil horas. Así que me alegra mucho que al menos para ti funcionase.
      Por otra parte, decirte gracias por acompañarme en los sentires.
      Un abrazo fuerte <3

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